El feminismo se ha convertido en uno de los principales actores de la sociedad civil actual en toda la comunidad internacional. Desde su nacimiento en la Edad Media, hasta la publicación del libro Vindicación de los derechos de la mujer, de la británica Mary Wollstonecraft en el año 1792, ha ido evolucionando convirtiéndose en uno de los principales motores artísticos en los siglos posteriores. Hoy día, hablar de feminismo es hacerlo, sobre todo, de uno de los grandes retos que se le presenta a la susodicha comunidad internacional. Pero ¿cuál es su proyección artística? ¿Cómo ha ido evolucionando éste en la música? A partir de este artículo lo explicaremos. Y para empezar, nos remontaremos a los años sesenta, un decenio fundamental por el cambio que aparejó consigo. Después de unos conservadores años cincuenta en los que el mundo occidental afrontaba el dificilísimo reto de reconstruir el nuevo orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial, así como el inicio de la Guerra Fría, los años sesenta fueron, sin lugar a dudas, tiempos de cambio.
Para situar el comienzo del feminismo en la música Rock es imposible no hablar de Joni Mitchell, Betty Davis y
Janis Joplin. Si bien es cierto que las dos primeras no pertenecían al gremio, la implicación que ellas tuvieron en el avance de la mujer por la conquista de los derechos sociales a través de la música fue incuestionable. Los años sesenta, como bien sabemos todos, eran tiempos de efervescencia social: la revolución sexual cambió la forma de relacionarse de las mujeres respecto con su cuerpo y el entorno, y tanto Mitchell, Davis y Joplin eran plenamente conscientes de ello. La canadiense, por ejemplo, era mucho más solemne y enhiesta. No tenía la visceralidad de las otras. Su naturaleza, menos salvaje y sexual se transfería a los conciertos, en donde adoptaba una pose mucho más indifirente y ceremoniosa. Pero la maestría de discos como Blue -1971- y For the Roses -1972- retrataban la visión de una intérprete que, a través de sus letras, preconizaba el fin de esa Arcadia que supuso la Contracultura y el papel de la mujer como alguien que puede y tiene la obligación de usar su libertad no sólo para conquistar esa identidad que siglos de dominio del género masculino soterraron, sino como personas espontáneas que no han de sujetarse a los parámetros sociales. Su mérito fue, al igual que el de Joan Baez, el de allanar el camino para que muchas mujeres no sólo se dedicaran a interpretar -como bien sucedía con muchas artistas de la música Gospel o el Jazz-, y asumiesen, también, su papel de compositoras sin complejos.
Si Mitchell representaba la parte intelectual y sosegada del feminismo, Betty Davis era pasión y ardor guerrero. La artista afroamericana sabía seducir y dominar el escenario como nadie. Pero era, ante todo, una lirista exenta de cualquier atisbo de pudor. Mientras que en la canadiense, por ejemplo, sí que pervive ese recato anglosajón de la época victoriana a la hora de expresarse, Davis era todo lo contrario. Betty fue una de las grandes rockstars pese a que no hiciese Rock. Su actitud, sus contoneos y continuos retos a la comunidad religiosa del Estado de Carolina del Norte, la convirtieron en una de las artistas más queridas e idolatradas de su tiempo. No sólo fue la mujer de uno de los músicos más brillantes del siglo XX como Miles Davis: ella renegó del papel secundario de la mujer, para tomar las riendas de su música y su carrera en general. James Brown o Marvin Gaye bien podrían ser los máximos representantes del Funk, pero Davis llevó hasta el extremo el ideario de éste: ritmo, erotismo y procacidad. Entre 1973, 1974 y 1975 lanzó discos incuestionables no sólo para entender la evolución del género, sino también, para la evolución del movimiento feminista. Betty Davis, They Say I’m Different y Nasty Gal son joyas de su tiempo. En una época en la que la música, especialmente el Rock, con la eclosión del Rock progresivo, se entregó a la megalomanía y la perfección estética y formal de sus composiciones –The Wall, The Lamb Lies Down on Broadway, Tales from Topographic Oceans de Pink Floyd, Genesis y Yes son ejemplo de ello-, ella retomó la esencia de los años cincuenta y anteriores: denuncia de la opresión -que no sólo era la de la mujer, sino también de los negros en América-, exaltación de la diversión y, sobre todo –y éste fue, sin lugar a dudas, su mayor aporte- la reivindicación de la mujer como alguien que, lejos de estar sometido a la férula del varón, debe someter los caprichos sexuales de éste al dictamen de sus propios deseos.
Joni Mitchell era la mujer de la que podría haber hablado Simone de Beauvouir en el Segundo Sexo -1948-, mientras que Davis guarda una interesante relación simbiótica con el modelo de fémina que usó Helen Gurley Brown para la elaboración de su aclamado Sex and the Single Girl en el año 1962. Estos dos libros marcaron un antes y un después en el papel de las mujeres en la sociedad. Mientras que la pensadora francesa, imbuida, en cierta medida, por una Francia que buscaba la reconstrucción de su identidad nacional tras la amarga victoria en la Segunda Guerra Mundial y el miedo psicológico a un resurgimiento del poderío alemán, apelaba al existencialismo, la británica, en cierta medida, era fruto de la distensión y juventud que John Kennedy y su Administración en general, transmitieron durante su breve estadía en el poder. Si Beavouir era la estética y la seriedad de la lucha feminista, Gurley Brown representaba la jovialidad de una época que paulatinamente fue enterrando los complejos de décadas anteriores. Ella, como dirigente de la revista Cosmopolitan, trató los dogmas y problemas desde un punto de vista más distendido. Su ironía y contundencia se congraciaban a la perfección con la de Davis: ambas se beneficiaron de las políticas de los Kennedy en lo concerniente a los derechos civiles de los negros y del pujante papel de las mujeres en el mercado laboral, no en vano, el Presidente tenía a Esther Peterson como a una de sus delfines en el Ejecutivo.
Y por último, ¿hace falta presentar a Janis Joplin? Lo dudo. Es la gran dama del Rock. Pero ¿cómo contribuyó ella al feminismo? Carecía del protocolario platonismo de Mitchell pero no de la sicalipsis irrebatible y soez de Davis. Joplin era hija de un ideal como el movimiento hippie. Firme y convincente, la suya fue una carrera en la que, su música, era el fiel reflejo de una personalidad que siempre tuvo que desarrollarse en uno de los principales bastiones del conservadurismo norteamericano: Texas. Cuestionó con brillantez el modelo de educación de su país y el canon de belleza existente. Su aspecto desaliñado, cabello profundo y vestimenta amplia cambiaron y revolucionaron el feminismo estético. Joplin era una ávida lectora y una mujer basada en actos en vez de en doctrinas. La forma en la que ayudó a las mujeres de su generación y a las posteriores, en la música, se puede encontrar, por ejemplo, en su actuación en Monterrey en el año 1967. Fue la época en la que el Movimiento de la la liberación de la mujer empezó a despegar. Conscientes de que el mundo cambiaba a un ritmo vertiginoso, tomaron conciencia no sólo de los problemas relacionados con su sexualidad y su rol en la sociedad, sino de los cambios acaecidos en materia geopolítica en América Latina, Asia y África. Joplin supo plasmar la esencia de esas mujeres combativas e idealistas, a lo largo de Big Brother and the Holding Company, Cheap Thrills y Pearl , los cuáles retrataban a una artista inteligente, culta y emotiva, cercada por los propios demonios de su soledad y de su pasado.
Interesante artículo, aunque un poco farragoso entre tanto nombre y dato. Me gustaría, si es posible en las siguientes partes, ver referencias a literatura concreta que hayas usado para el tema, que sigo con mucho interés.
Un saludo