Saludado casi por unanimidad como el retorno de unos Rolling Stones que parecían resucitar en el ocaso de una década que los había visto en su peor versión, con el espectro de la disolución revoloteando a placer sobre sus cabezas; «Steel Wheels» muestra a un grupo en forma, jugadores de ventaja que toman distancia de las producciones estrambóticas y las concesiones a los sonidos imperantes del momento para explotar lo que mejor saben hacer, a saber: rock and roll poco amigo de florituras, generoso en urgencia y corazón.
Unos meses antes de su gestación, podría decirse que la paz había vuelto, por fin, a la banda; o mejor dicho, a poner término al encono que parecía mediar entre sus dos cabezas visibles. Quizás habían recordado que pertenecían a un negocio en el que importa poco, muy poco, la magnitud de los logros pasados, por fabulosos que sean, si el saldo del momento, del instante, no está a la altura de lo esperado. Conscientes de esa realidad, tocaba enterrar el hacha de guerra y retomar relaciones, con unas condiciones, todo sea dicho, más propias de un armisticio que de un genuino tratado de paz entre Jagger y Richards.
«Sad, Sad, Sad» era la mejor apertura con que se descubrían desde aquel «Start Me Up» que daba el pistoletazo de salida a «Tattoo You». Rock and roll eminentemente stoniano, impregnado de su idiosincrasia más vindicable, pasa por ser una de las joyas del redondo.
«Mixed Emotions» se revela cómo otro corte poderoso, con otro de esos riffs que sientan cátedra. Parece que nos encontramos ante unos stones genuinamente dispuestos a volver por donde solían, con un Jagger haciéndose cargo de las rítmicas al frente de un combo de lo más engrasado. Pero no. «Terrifying» trae consigo los fantasmas de las peores producciones ochenteras perpetradas por The Glimmer Twins, siendo un tema que podría haber formado parte, sin problemas, del fallido «Undercover».
Vuelve el músculo en «Hold On To Your Hat», andanada de estructura fifties qué confirma una de las constantes sónicas de algunos momentos del elepé: La guitarra de Keith Richards suena muy poco a Keith Richards. Resulta increíble que esos punteos, propios de un hacha hard rockero de la época, sean obra suya. Casi igual de increíble que el inicio de «Hearts For Sale», que puede hacernos dudar de si no estamos ante el comienzo de un tema de Dire Straits.
«Blinded By Love» se encargaba de cerrar la cara, enderezando de paso el ritmo del trabajo, algo desigual llegados a este punto. Delicioso número acústico ribeteado de mandolinas, no hace otra cosa sino confirmar la maestría de The Rolling Stones a la hora de manejarse en tales texturas.
La segunda cara abría con otro de los himnos de nuevo cuño del grupo, «Rock And A Hard Place». Heredero de la mixtura de rock con texturas disco que tantas veces han puesto en práctica con anterioridad y con una letra reflejo de unas increíbles inquietudes sociales por parte de Jagger («This talk of freedom and human rights/Means bullying and private wars and chucking all the dust into our eyes/And peasant people poorer than dirt/Who are caught in the crossfire and have nothing to lose but their shirts, yes» Casi nada). Sin ser un mal tema, dista de la categoría de «Sad, Sad, Sad» y termina por hacerse un tanto larga.
Y como venía siendo costumbre, Richards irrumpe con algunos de los mejores momentos del album. «Can’t Be Seen», el primero de ellos, es uno de los mejores números en clave rock and roll que pueden degustarse en «Steel Wheels»: Toda una lección de estilo que nos recuerda que, pese a la debacle creativa por la que parecían haber pasado los últimos stones, las composiciones de Keith a lo largo de la década siempre mantuvieron el tipo con sobrada holgura. No en vano estábamos ante el hombre que no hacía ni un año que había consumado su vendetta de las aspiraciones solistas de Jagger editando «Talk Is Cheap», considerado por muchos como la mejor rodaja stoniana de la segunda mitad de la década. Ahí es nada.
«Almost Hear You Sigh», pese a sus concomitancias -o precisamente por eso- con «Beast Of Burden», se revela como uno de los números más reseñables del trabajo, un remanso que da paso a uno de los momentos más definitivamente outrés del mismo, «Continental Drift».
Concebido algo más de dos décadas después del deceso de Brian Jones, la banda parecía mostrar de pronto un repentino interés por los proyectos, esbozos y cintas en los que el finado guitarrista trabajó antes de abandonar definitivamente este mundo. Más concretamente, en su colaboración con los Masters Musicians of Jajouka, oriundos de Marruecos, a los que recurrieron para dar forma a ésta suerte de mantra, que por su marcado exotismo y el sinuoso teclado que aporta Jagger nos remite, salvando las distancias, a lo puesto en práctica en obras ya lejanas en el tiempo como «Between The Buttons» o «Their Satanic Majesties Request».
«Break The Spell», composición de poco fuste, precede a la, ahora sí, grand finale y a la postre segundo momento Richards del disco, «Slipping Away». Qué savoir faire, qué elegancia, qué labor de orfebrería a la hora de ensamblar uno de los momentos más inspirados del album: ¿Cómo poder sustraerse a la irrupción de los vientos mientras pone voz a eso de «All i want is ectasy/But I ain’t getting much/Just getting off my misery/It seems I’ve lost my touch»? Un broche sobresaliente. Todo corazón.
No, no hay que acercarse a «Steel Wheels» con la idea de encontrar un trabajo sobresaliente, mucho menos un clásico. Hay que aproximarse a él sabedores del contexto que había dominado las andanzas de los stones durante la mayor parte de la década que estaba a punto de tocar a su fin. Visto así, ubicados en esa perspectiva, se revela como una vuelta a la senda correcta, el inicio de un sendero que les conduciría a retomar una actividad convencional y recuperar su posición en el negocio, más dinosaúrica y masiva que nunca, cómo se pondría de manifiesto en su gira de presentación. ¿Hay temas desechables, menores a olvidar? Sí, casi tantos cómo buenos, notables y vindicables; y esa proporción, a la luz de lo que venían mostrando sus últimas obras, era todo un triunfo.
Genial la reseña. Saludos desde Bogota, Colombia.