Imperial State Electric es una de esas bandas que no parecen tener un mal día, aunque lleven a la espalda ocho conciertos en nueve días, como era el caso. Una de esas bandas infalibles, unos héroes del rock de siempre funcionando al 100% en tiempos de modernos.
Recuerdo su concierto del año pasado como más desatado e hiperactivo que el de anoche. No mucho más, aunque algo puede tener que ver el escenario más pequeño y el ambiente más concentrado. Tampoco entonces la banda llevaba en España diez días dando conciertos como este. Porque, otra vez, fueron un mecanismo de relojería, si acaso existiese alguno que comprimiese las horas.
Imperial State Electric funcionan a toda hostia, cantan los coros a grito pelado, y lo tocan todo. Son puro rocanrol sobre el escenario, sin samples ni teclados. Electricidad, percusión y líneas vocales a grito pelado.
A lo largo de 85 minutos que, con razón, han pasado volando, pues me siguen pareciendo escasos por intenso que sea el show, han desgranado buena parte del genial Honk Machine. Las nuevas canciones, como las antiguas, ya suenan a himnos de unos Kiss asalvajados. «Let me throw my life away», «Guard down» o «Another armageddon» se intercalaron a las más conocidas «Deja vu», «More than enough of your love» o «Faustian Bargains», sin apenas parar a respirar.
El sonido no terminó de cristalizar antes del final del show, aunque a la altura del quinto tema, tanto coros como duelos guitarreros se disfrutaban sin problemas, a pesar de que la batería arrollase con todo. Y, encajando nuevas piezas, incluida la divertidísima «Just Let Me Know» cantada por Tobias, entre el repertorio antiguo, el concierto fue engordando poco a poco hasta estallar en unos bises estupendamente planeados.
No marcaba el reloj una hora desde el inicio cuando la banda abandonaba el escenario. La cara de póker nos la quitaron con media hora más de show para la que se guardaban lo mejor. Otro corte reciente, «All Over My Head» y, a partir de ahí, a discreción, intercalando guiños a sus héroes, como «Black Diamond» de Kiss antes de «I’ll Let You Down», un indómito «Search And Destroy» cantado por el carismático Dolf, y, para terminar, un eterno «Throwing Stones» de diez minutos que puso a bailar hasta a los de seguridad.
Les habría pedido veinte minutos más. Y puestos a pedir, otra hora más de ese rocanrol tan fresco, sesenta minutos más de esta incombustible banda que, tras unos años que han pasado volando, está más que asentada, lanza discos estupendos, y domina el escenario con soltura de veterano. No se puede tener todo.
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