Los integrantes de Lynyrd Skynyrd tenían una personalidad única. Eran plenamente conscientes que no había cosa más bonita en el mundo que la propia vida, así como las costumbres, la calidez del entorno, la cercanía con la gente que uno quiere. Esas personalidades tan poco acostumbradas a todo ese exacerbado ruido mediático que siempre rodea al mundo del Rock, les hizo ganarse un hueco –amén del talento, por supuesto-, en el podio de las bandas más apreciadas del género. Tuvieron numerosos problemas para editar su primer trabajo; de hecho, un Al Kooper que, por aquel entonces, tenía una reputación como músico muy bien ganada debido a su trabajo con Bob Dylan, decidió apostar por un grupo, cuyos conciertos, en un principio, recibieron una fría y lacerante indiferencia. La constancia y el tesón de un Ronnie Van Zandt que dejó de lado sus estudios para involucrarse más en su banda, hizo de los sureños un ejemplo de cómo, un ideal, regado con trabajo y esfuerzo, es capaz de crecer hasta convertirse en el tesoro más preciado del que dispone una persona: trabajos como el descomunal debut, Pronounced ‘lĕh-‘nérd ‘skin-‘nérd -1973-, Second Helping -1974- o Nuthin Fancy -1975-, son el vivo ejemplo de lo anteriormente relatado.
Street Survivors, editado en 1977, correspondía a una época en la que ellos, a pesar de sentirse cada vez más seguros y cohesionados en torno a la idea de lo que tenía que ser el Rock para ellos, ciertas dudas empezaron a cernirse en el seno de la banda. Van Zandt se convirtió en un personaje mucho más crepuscular: se empezó a obsesionar con la idea de la muerte. De repente, ese espíritu jocundo, transmutó, lentamente, en una personalidad taciturna y arredrada, declarando a sus compañeros que era bastante probable que no cumpliese los treinta años. Los de Florida no pasaban por una situación financiera bollante: los discos anteriores fueron bien recibidos en lo que a crítica se refiere, pero, aun así, los ingresos que la discográfica exigía eran mayores. Fruto de la demanda de ésta, el vocalista de la formación decidió que el grupo editara el concierto que ofrecieron en el Fox Theatre de Atlanta en el año 1976. One More for the Road, que así es como se llamó el ‘live’ más celebrado del conjunto norteamericano, vendió más de un millón de discos, e, incluso, les dio la oportunidad de ser teloneros de los Stones durante su gira por Reino Unido. Sin embargo, todo se truncó demasiado pronto. El destino, ese hábil tahúr, gastó una de sus bromas más macabras. Una vez completada la grabación de su quinto disco, en la primera mitad del mencionado año 1977, tenían que ofrecer un concierto en Baton Rouge –Misisipi-; pero el aeroplano que les tenía que trasladar al lugar del concierto, empezó a sufrir problemas técnicos, para acabar estrellándose en Gillsburg, también perteneciente al estado de Misisipi.
Como todo el mundo sabe, el parte médico no podía ser más desolador: el vocalista de la banda, así como Steve Gaines, su hermana Cassie , los dos pilotos del avión y el propio manager de la banda, Phil Kilpatrick, murieron en el accidente; los demás, sufrieron heridas de tal magnitud, que les llevó, prácticamente, todo el año recuperarse. De todos modos, las heridas físicas eran llevaderas: la sensación de que se había quebrado, definitivamente, la trayectoria del grupo, no. Dejando de lado el accidente y su macabra y mefistofélica portada, lo que llama la atención es, una vez más, el salto tanto cuantitativo como cualitativo de la música de los de Jacksonville.
Cortes como What´s Your Name, That Smell o I Know a Little, exploraban ese lado oscuro que toda banda tiene: a través de sutiles y taimados punteos de guitarra, con una sección rítmica pulidísima, el vocalista de la banda nos relata historias sobre la vida de carretera, el sueño, su imperdurabilidad del sueño americano, y esas ilusiones a las que aludía en el primer párrafo y que ayudaron a forjar la carrera de la banda. No todo iba ser fácil: el abuso en cuanto a consumo de drogas y sustancias alcohólicas, también están presentes en el compacto –como es el caso de That´s Smell, una canción en la que se nos relata el accidente de tráfico que sufrieron Allen Collins y Gary Rossington, como consecuencia del progresivo deterioro de salud a raíz de la exacerbación de ciertos vicios–, mientras que composiciones como Honky Tong Night Man, con su profusión de teclados de orientación western, nos remite a esa música propia de los bares de carretera de Norteamérica, para solaz de un excepcional trabajo del piano de Billy Powell en una, también, excelente revisión que los norteamericanos hacen del tema de Merle Haggard.
Georgia Peaches, Sweet Little Missy o Jackson Kid, con esa especial y sensual dicotomía entre las guitarras, el porte de música Blues –especialmente de Elmore James y Albert King, en las seis cuerdas de Rossington y Gaines y, sobre todo, ese piano deudor de la música de Chuck Berry o Fats Domino que bandas como los Black Crowes o Blackberry Smoke usarían en sus trabajos, revitalizando un género ayudaron a embellecer el rostro de un género, el cual, durante años posteriores se le daría por muerto. Street Survivors posee el componente morboso que precede a todas las historias macabras del mundo del Rock; pero si uno es capaz de ver más allá de esa portada en la que salen los miembros de la banda posando, con las llamas alrededor, y el fondo negro, como si de un cuadro de Caravaggio se tratase, uno descubrirá una de las grandes joyas del Rock americano y, sobre todo, el fin de la época dorada de una formación, que bajo la tutela de Johnny Van Zandt, ha sabido mantener dignamente el legado de los Kennedy del Rock n Roll.
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