Supongo que cada cual juzga las situaciones, amparado en lo que le ha tocado vivir, palpar o hasta donde llegan sus posibilidades. No es cuestión de calificar opiniones, sino de evaluarlas en su justa proporción y lugar adecuado. Muchos claman sobre los malos tiempos vividos por el metal en los 90, porque se escudan en la caída de los niveles de popularidad, tanto de medios que encumbraban como nuevos héroes a otros que ocupaban el lugar de los anteriormente loados hasta la saciedad y el marketing necesario, como por los canales de distribución, cuya piel muta cual serpiente en medio del negocio que engloba en mercadería cualquier historia que pueda dar dinero. Mientras algunos se lamían las heridas de la desaparición del metal de las portadas o la MTV, consolándose en la salida de algún nuevo disco de Metallica oScorpions. Otros, entre los que me incluyo, que juzgo la salud en relación a la calidad compositiva y no tengo miedo a abrir las ventanas y dejar entrar el aire fresco, sigo defendiendo el buen momento que vivió el metal en esa década, aunque fuese desde las sombras de la clandestinidad mediática, tomando el relevo a un metal de final de los ochenta, que había caído en el pozo de la saturación, con cientos de bandas intentando repetir una fórmula explotada, como secreto del éxito, a riesgo de no ser capaces de asomar un solo pie fuera del rebaño, o al menos, intentarlo.
Si buscáis en wikipedia o similares, podréis hartaos de datos, hasta que os salgan por los ojos. Yo prefiero basarme en las vivencias de aquellos días a mi alrededor, en esas que me llevaron a centrarme, principalmente en dos focos geográficos. El norte de Europa, se afianzaba con fuerza, de un lado con el black metal, reducto de las creencias metálicas más profundas, que forjaba una serie de bandas dispuestas a convertir la oscuridad en algo propio de sus acordes. A ellos se unía esa nueva forma de entender el death metal, de gente como At The Gates o Dark Tranquility, que muchos bautizaron como el Sonido Gotemburgo, y por supuesto, otras que mantenían el espíritu más clásico del metal extremo, como Dissection. En otras zonas de la geografía europea, se comenzaban a vislumbrar grupos dispuestos a tomar el riesgo necesario, como los suizos Samael o los portugueses Moonspell. El otro punto de atención, se centraba en el Reino Unido. Nunca he ocultado mi admiración por los músicos de aquellas tierras, y una revitalización del metal, tenía que pasar por su mano, ya que fueron hostigadores de su nacimiento y asentamiento.
Pequeños sellos que arriesgaban, como Peaceville, junto a jóvenes bandas, dispuestas a barrer cualquier mota de pomposo pasado, para quedarse con la esencia y lanzar un desafío lleno de calidad y propuestas capaces de atraer a todo aquel necesitado de seguir revalidando esa fe indestructible en el metal, que no estaba dispuesto a quedarse a esperar nuevos buenos tiempos, convencidos que la bonanza mediática era algo del pasado y que el metal volvía a su refugio más oculto, a ras de suelo a disposición de sus seguidores, dispuesto sin el estruendo de los altavoces publicitarios, a atraer a sangre nueva que engrosase las filas de fans de esas bandas emergentes. Sonidos oscuros, deudores del doom en concordancia con el death, y abiertas las catacumbas del sonido más clásico de bandas de los setentas que guiaron a futuras generaciones. Gente como Cathedral, My Dying Bride, Anathema o Paradise Lost.
En estos dos últimos grupos, el deseo de evolución constante se podía saborear en cada nuevo lanzamiento. Ambos tomaron un camino de una sola dirección, que te lleva a esa no siempre acertada ecuación, de que, seguidores que vas perdiendo por el camino, se compensa con los nuevos que vas encontrando.Mientras Anathema fueron dirigiéndose hacia historias más comprendidas dentro del rock progresivo,Paradise Lost, también fueron buscando su mezcla de alquimia. Sin lugar a dudas, el punto de inflexión para la banda de Nick Holmes, fue«Draconian times», mi disco favorito sin dudas, y que ya despertó el resquemor de viejos fans del grupo. A partir de ahí, la búsqueda de la banda se centró en caminos por los que muchos les cuestionaron, dando la impresión, de haber perdido un poco la verdadera naturaleza de esa evolución que muchos consideramos necesaria e implícita en una banda como esta.
Reconozco que historias como «Host» o «One second», separaron mis caminos del grupo, lo que me llevó a no prestar excesiva atención a sus posteriores lanzamientos. Pero, como cuando tienes un viejo amigo, al que hace muchísimo que no ves y con el que has perdido todo el contacto, y de pronto, un día, vuelves a encontrarte con él, y pasas horas charlando, como si nunca hubiese habido un paréntesis, porque posiblemente, emocionalmente no ha existido aunque si temporal, eso me pasa con Paradise Lost desde que volví a unirme a ellos con ese fantástico disco que fue «Tragic idol». Escucho voces que hablan de que han bajado el nivel con respecto a su anterior lanzamiento, y posiblemente tienen razón, pero eso no significa que sea un mal disco. Este supuesto revival de la banda, ese intento de conciliar sensaciones con tiempos anteriores, a pesar de que trae momentos realmente inspirados como la canción de apertura, «No hope in sight» o «Beneath the broken earth».
No nos encontramos con malas canciones, y quizás, sería injusto hablar de falta de inspiración, pero una banda como Paradise Lost, por pedigrí, está obligada a a mantener más altas las expectativas. He disfrutado de este disco, aunque a ratos, ciertas composiciones me hayan parecido demasiado planas para lo que espero de ellos, por lo que me da, que al final, terminaré volviendo como hago siempre a «Draconian Times».
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