Como buen charlatán ambulante de la feria del rock and roll, es complicado que me quede sin palabras, pero prometo por todos los cruces de caminos donde vender el alma que esta vez me ha costado encontrarlas para definir mis sensaciones al enfrentarme al nuevo disco de estos tipos de Cataluña, que bien podían haber nacido en algún perdido rancho de Nashville, como hijos bastardos de Johnny Cash.
No son nuevos en el negocio, ni mucho menos. Los hermanos Ollé, llevan desde mediado de los 80, bebiendo los vientos por los sonidos más tradicionales de los USA, mientras los otros hermanos, los Bañon, montan esa gran banda que fueron Squizofrenic Spacers, aunque navegaran por otros derroteros muy diferentes a los que impulsan a Th’ Booty Hunters. Sus raíces están claras: en su altar particular, entre botellas de bourbon, las velas iluminaran los rostros de Cash, Hank Williams o Waylong Jennings.
Reconozco, y no me duelen prendas, que cuando este tercer disco de la banda, con el sugerente título de salvaje y borracho, comenzó a sonar en mi equipo, me invadió una sensación extraña. A la mierda lo que diga su carné de identidad, porque su espíritu es más americano que la puta coca cola. Ese suspiro outlaw que recorre su música, su bluegrass. Desde el minuto uno, cuando suena «Golden rats«, no hay vuelta atrás. De verás que, mejor que soltar la típica charla, lo mejor que podéis hacer es escuchar sus canciones, y si no sentís el abrasador sol del desierto en vuestro cuello, cuando suenan «Hold on» o «Wild and drunk», ni soltais vuestras bebidas para bailar al ritmo de «Weeping gun«, seguramente recibáis la visita del espíritu de John Wayne, para recetaros una dosis necesaria e imprescindible de chupitos de whiskey en el Saloon
Es complicado destacar alguna canción sobre otra, pero entre mis favoritas se han colado «Give me cash«, «Garrote Vil« y «The Ghost of my daddy«. Discazo con mayúsculas el que se han marcado estos tipos que, imagino, todos aquellos que ahora lucen a todas horas camisetas de Johnny Cash y juran por sus ancestros que en otra vida, asaltaron diligencias y condujeron ganado, correrán como locos a por él.
Los que realmente disfrutan de este tipo de música, estoy seguro que no dejaran pasar la oportunidad. Me repito, pero: discazo, discazo que demuestra que donde uno nace es un puto accidente; que el alma, el espíritu y las influencias, viven de donde a uno le da la gana o donde los siente. Amigos, os dejo, que voy a partir un par de caras en el Saloon.
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