El mundo del espectáculo es especialmente cruel, hoy eres una joven estrella y mañana eres una antigualla olvidada. Pero para las veteranas Joan Crawford y Bette Davis aún les quedaba una oportunidad de demostrar que el talento interpretativo no caduca, que no se evapora con la juventud. Con unos personajes tan extremos realizan unas de sus interpretaciones más memorables y arriesgadas.
Las hermanas Blanche y Jane Hudson viven encadenadas la una a la otra. La culpa, la envidia y la dependencia han enturbiado sus relaciones hasta un punto de no retorno. La inestabilidad emocional del personaje de Bette Davis se acrecienta por momentos, llegando a ser extremadamente cruel con su hermana, postrada en una silla de ruedas por un accidente. Un cóctel explosivo que aderezado con un excelente guión y un ritmo lento pero seguro que se convirtió en un gran clásico del cine de terror.
En este film no hay elementos fantásticos ni terroríficos al uso. Elementos propios de una casa como una puerta, una cama, una escalera o un teléfono son aquí usados magistralmente como elementos de la trama. El miedo proviene de un familiar y la víctima es una persona indefensa (elemento luego imitado muchas otras veces como en Misery). El hecho de quedar a merced de una persona perturbada es mucho más aterrador que una invasión alienígena o mil psicópatas enmascarados.
Las escenas más terroríficas, para mí, son las de la hora de la comida. En ellas queda patente que Blanche (Crawford) está totalmente en manos de su perturbada hermana Jane (Davis). La bandeja de comida es la estrella en tres magníficas escenas del film, cada una de ellas más intensa. El terror de Blanche se hace palpable en su mirada hacia una bandeja de la cual depende para subsistir, su pánico posterior se hará visible en su desesperado movimientos en la silla de ruedas. Unas escenas memorables narradas con gran habilidad. Los diálogos entre ambas actrices están cargados de rencor. Se dice que durante el rodaje las divas se llevaron francamente mal (siempre se habían odiado) y que incluso Bette Davis pateó realmente a la Crawford en alguna escena y hubo que darle puntos de sutura. Cierto o no, sus interpretaciones no pueden destilar más odio.
Merece mencionarse el maquillaje aniñado de Bette Davis, se cuenta que la veterana actriz se negaba a quitarse el maquillaje al acabar el rodaje cada día, así se acumulaba en su cara quedando cada vez más grotesco. Su arriesgado personaje (aún más para una gran estrella) cae en el patetismo más absoluto en las interpretaciones de las canciones infantiles y en su risa desquiciada. Su personaje pretende volver a ser la estrella infantil que una vez fue y que, como muchos otros, no supo madurar convirtiéndose en una muñeca rota bajo la sombra de su hermana.
Los secundarios y su tratamiento dentro del guión son otro elemento a destacar. Estamos hablando de un film de 1962, su ritmo es pausado y los secundarios tienen gran importancia. Desde el maestro de piano (un tipo bastante inestable y en apuros que mantiene una extraña relación con su madre), la vecina (cotilla e impertinente) o la asistenta, todos tienen una profundidad y una complejidad muy de agradecer. El guión les dedica el metraje necesario para explicar sus intereses y sus conflictos internos. No son esos personajes planos que tanto proliferarían en el cine de décadas venideras.
Visto hoy, el film se puede hacer algo lento y naif a los jóvenes amantes del terror moderno. No se muestra la violencia física, pero se muestran los ojos de los personajes que la presencian. Sin una gota de sangre, el efecto es mucho más impactante. Yo lo prefiero frente a los litros de hemoglobina. A mí me sigue pareciendo mucho más aterrador aquello que se deja a la imaginación del espectador.
Imprescindible.
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