La banda más fea del mundo es también una de las más potentes en directo. Con Straight Up Boogaloo han dado un paso más hacia, como hicieron The Brew con Control, la unificación de lo que plasman en el estudio y lo que ofrecen sobre el tablado. Straight Up Boogaloo, dejando a un lado los aspectos púramente musicales, es el redondo de su discografía que mejor suena y representa la verdadera cara del grupo, dura y oscura como la grasa de motor. Los graves son absolutamente bestiales, las guitarras suenan a cortafríos, y la voz de Danny Methric queda relevada, como en directo, a compartir plano con los instrumentos, los verdaderos protagonistas.
El nuevo disco de The Muggs es una avalancha de blues rock motorizado, una serie de estallidos hard rockeros de trasfondo blues que no da ni tregua ni concesión. A estas canciones se puede agarrar uno de los riffes más que de los estribillos, pues los desarrollos de guitarra, que comparten liderazgo con los de bajo\teclado, son extensos y muy duros, quedando las melodías vocales en segundo plano y grabándose mejor en la memoria las notas que los versos.
Hay excepciones: una afilada versión del «Tomorrow’s Dream» de Black Sabbath y el tema homónimo, un delicioso blues a la antigua, radiable y retocado en el estudio dejándose llevar por la moda vintage. El resto son pedruscos de hard rock primitivo sin cincelar. The Muggs se dejaron las herramientas en casa. «Applecart Blues» tiene de blues bien poco, al igual que «Fat City», el dupla de guantazos que abre el disco. Y como buen trío con el local de ensayo por cuartel, gusta de improvisar, de dejar correr las articulaciones según pida la armonía. Se nota en «Lighting Cries» y sus punteos, en los tramos psicodélico-zeppelianos de «Roger Over and Out», que en directo dará para mucho, y en la distanciada cadencia de «Blues For Mephistopheles».
Me quedo con la inmediatez de los riffes vertebrales que mantienen en pie los temas más directos, como «Spit And Gristle» o «Fat City», de los que se repiten una y otra vez a riesgo de enloquecer al oyente despistado, con la misma incidencia que hacen gala otros géneros más específicos -el doom o el stoner, por ejemplo-. Ellos son los verdaderos protagonistas de Straight Up Boogaloo, una plaga de guitarras y distorsión en la que el bajo y la batería nunca son mero acompañamiento, pues como buen power trio, aprovechan hasta el más breve turno para hacer ruido: el glorioso ruido del rock.
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