Lo que hizo grande al combo liderado por Kerry King, Tom Araya, Jeff Hanneman o Dave Lombardo, aparte de la enorme calidad musical que atesoraban, era la habilidad que tuvieron, desde su formación y lanzamiento de ese sensacional debut que fue Show No Mercy en el año 1983, de radicalizar una música, como el Heavy que, a lo largo de la década de los ochenta, se convertiría en el espejo de millones de personas deseosas de encontrar canciones y músicos que les hablasen de los temas que les importaban sin importarles ningún tipo de reproche por parte de los cofrades de lo políticamente correcto y del buen gusto. Sus letras, fuertemente influenciadas por los grupos de Hardcore, también, de California, mostraban cuatro personalidades que desde el momento en que decidieron convertirse en músicos, no le pusieron cortapisas a su libertad creadora y a la concepción del Metal como un fenómeno musical y social dedicado a incomodar.
En los años noventa, sobre todo en los comienzos, gozaron de una fama y una popularidad en los medios de comunicación, por aquel entonces, impresionante. Llenaban recintos de gran aforo, capitaneaban carteles, eran el máximo reclamo de ese sensacional Clash of Titans que recogió a las mejores espadas del género, y de la mano de un Seassons in the Abyss que, pese a ser mucho más reposado y un pelín menos frenético -el listón que habían puesto en sus primeros trabajos y, sobre todo, en ese dédalo de anarquía y confusión que fue el sensacional Reign In Blood, era inhumano-, nos mostraron a un conjunto que, pese a tener su propuesta musical más que interiorizada, también demostró que si había que ralentizar los temas, lo podían hacer con maestría. En la época de los grandes directos del mundo del Thrash como el Live Shit: Binge & Purge de Metallica, el Wrecking Your Neck Live de Overkill y el Good Friendly Violent Fun de Exodus cerraban una época, la de los ochenta, en la que fueron reyes para adentrarse en una década como la de los noventa, no hecha, precisamente, para débiles de mente y espíritu.
Y así es Decade of Agression: un disco en vivo de los que hacen escuela. Atestiguando los conciertos que la banda dio en el Lakeland Coliseum de Florida el 13 de julio de 1991, en octubre de 1990 en Wembley y en el Orange Paviblion en San Bernardirno, se conforma como un doble cedé cuyos clásicos instantáneos, aquéllos con los que muchos decidieron adentrarse en el mundo del Metal y con un mismo denominador común como el de la búsqueda de una música que les hiciese partícipes de cómo ese mundo que hemos querido amortiguar mediante bellas consignas y erradas teorías sobre la unión y solidaridad como motores del progreso, chocan enormemente con la mísera y vil condición humana; así pues, cortes como Hell Awaits, Angel of Death, Mandatory Suicide, Die By The Sword o Postmortem suenan tan inhumanas como en sus discos matrices; y es inevitable no trasladarse a 1991, cuando aun siendo jóvenes y ya curtidos en mil batallas, daban la sensación de estar tocando veinte años juntos cuando, en realidad, apenas llevaban ocho de forma oficial, con trabajo discográfico detrás, apoyándolos.
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Te lo ponemos fácil.
Y no hay mucho más que decir de un directo que habla por sí solo. Lo demás sería repetirse innecesariamente y, además, poca justicia le haría a uno de esos testimonios sonoros que reflejaban a la perfección los axiales del Thrash, del Metal y de la evolución de un estilo, que pese a haber vivido en horas bajas en la segunda mitad de la década, aún demostraba que la madurez es la mejor aliada de la mente humana. Un rotundo sobresaliente: un título que habla por sí solo y confirma el cómo y el por qué, a día de hoy, siguen creando una escuela que el tiempo y las modas no podrán difuminar.
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