Las memorias de rockeros se están convirtiendo, en los últimos tiempos, en un fenómeno creciente, dándonos la oportunidad a muchos de sus seguidores, de poder conocer los entresijos y los pensamientos de aquéllos que nos hacen reír, llorar o, simplemente: desatar nuestra imaginación con su música. Después del aluvión de biografías acaecidas este año, como las de Neil Young, Lou Reed o Pete Towshend, era el turno de disfrutar de los pensamientos y reflexiones de uno de los personajes más mediáticos e histriónicos del género como el acaudalado Steven Tyler, vocalista y líder de Aerosmith.
Hablar del quinteto de Boston en los últimos tiempos es harto complejo. Instaurados en esa poltrona de viejos rockstars que, ante el evidente paso del tiempo, sienten la necesidad de, por acción u omisión, no perder cuerda respecto a las nuevas generaciones y a los cambios de los gustos del público, han intentado atraer los focos mediante polémicas absurdas en los últimos años. Aunque un servidor tuvo la suerte de verles hacer un concierto espectacular en la edición del Hellfest de este año, firmando una de las mejores actuaciones del festival, sí es cierto que en los últimos tiempos, su carrera, errante, se ha prestado más a las controversias bizantinas sobre si están de más en el panorama actual, o si, por ser quienes son, conviene ser condescendientes con ellos. Lo que sí que está claro es que el grupo que comandan Steven Tyler y Joe Perry, rara vez suele dejar indiferente a nadie. Es lo que tienen los maestros como ellos.
En este año 2014, por obra y gracia de la editorial Malpaso, y con una exhaustiva traducción de Ignacio Juliá – a quien conoceréis por su célebre Promesas Rotas de Bruce Springsteen, editado en 1992, y diversas biografías publicadas sobre Sonic Youth o la Velvet Underground– tenemos la oportunidad de conocer, de primera mano, los pensamientos y reflexiones sobre la vida, el negocio de la música o el intrincado proceso de escribir canciones de la pluma de su cantante. Nada que no hayamos visto antes, sí, pero siempre con la peculiar forma de ser del frontman de una de las bandas más importantes de los últimos cuarenta años.
Narración sencilla sobre su infancia en New Hampshire, Nueva York, la infancia en el seno de una familia italiana de fuertes inclinaciones artísticas -su padre era músico y tocaba en pequeñas orquestas-, una madre liberal que ejemplificaba el despertar sexual y rebelde de la juventud norteamericana de comienzos de los años sesenta, el espíritu de rebeldía, autorrealización inspirados por el movimiento Hippie sobre el tapiz de los profundos cambios sociales que acechaban a Norteamérica, la epifanía que el propio Tyler sufrió cuando tuvo la oportunidad de ver a Janis Joplin en directo, a los Beatles en 1965, y, sobre todo, el festival de Woodstock, donde ya podemos ver cómo el artista estaba sufriendo una especie de metamorfosis, pasando de ser un adolescente rebelde y desordenado, a un artista disciplinado y concienciado sobre el objetivo a seguir. Curtido en mil bandas locales, Steven nos cuenta el poderoso influjo que ejercieron el combo que lideraban Lennon, McCartney, los Kinks, The Animals, la propia Joplin y, cómo no: los Rolling Stones, la banda con la que siempre ha sido comparada Aerosmith. Sin embargo, conforme avanzan las páginas y ese muchacho empieza a desarrollar un estilo propio y olvida, por un instante, esa obsesión por captar el feeling de las bandas británicas de la época y en crear su propio equipaje musical, encontramos a un músico de raza.
Una vez ya establecido definitivamente con Aerosmith, se puede observar la efusión y el idealismo con el que Tyler habla de aquella época. Realmente sorprendente cómo un músico instalado en la fama desde hace cuarenta años, con numerosas batallas de todo tipo libradas, aún tiene ese brillo en los ojos cuando le toca hablar de sus comienzos, desatando ese ‘idealismo’ que los divorcios, las rehabilitaciones y los problemas internos con sus compañeros no han conseguido difuminar. No esconde ningún tema, siendo sinceros, pero tampoco hace grandes ejercicios de conciencia a la hora de desnudar su alma, hablar del efecto destructor de las drogas; y sí sucede, en cambio, cuando toca relatar las veleidades de ese tormento que es la fama muchas veces o los días de vino y rosas procedentes de las loas y lisonjas por álbumes como Rocks, Toys In The Attic o Get Your Wings se convirtieron en hitos -no hay que olvidar que no son pocas las bandas de hard ochentero las que reivindicaron estos trabajos como puntas de lanza de un movimiento que les debía a ellos, en parte, su configuración-.
También hay espacio para la fama mal gestionada, sobre todo cuando habla del momento en que las drogas dejaron de ser un complemento para ser una necesidad: eran los tiempos en los que esnifaban compulsivamente el PIB de las economías de Colombia y Perú en el escenario y se sentían intocables. Tampoco podían faltar las referencias a las salidas de unos Joe Perry y Brad Whitford de la agrupación, hastiados de esa vida que, en un principio se presentaba como atractiva, para ser reemplazos por Jimmy Crespo y Eric Supa: dos músicos circunstanciales y que poco podían hacer ante un grupo que giraba en torno a sus adicciones.
El vocalista, a decir verdad, comete varios fallos conforme va avanzando en el relato: el primero es que, como decía antes, pese a hablar de aquellos momentos en los que literalmente tocó fondo, no escarba demasiado en esas derrotas que tuvo: sabemos que es fácil hablar de uno mismo cuando se tienen discos de platino, te encuentras con McCartney en un baño y te dice que su música le encanta y es placentero hablar de las mujeres con las que te acostaste. Pero el que suscribe esta reseña considera que hay una importante laguna entre los años que van de la salida de Perry, la publicación de Night In The Ruts, Rock In A Hard Place y Done With Mirrors, así como las referencias, por así decirlo, de compromiso al éxito de grandes álbumes como Permanent Vacation , Pump o Get A Grip sin ahondar, salvo en poquitas páginas, en el proceso de gestación de aquéllos o la alegría de saberse, una vez más, en el epicentro de un resurgir del estilo en la década de los ochenta. Hace recaer el acento de forma innecesaria en pensamientos absurdos y totalmente deshilachados sobre la vida de la mano de una verborrea perlada de ínfulas místicas y espirituales y pueriles en ocasiones cuando el análisis musical o de su propia conciencia podría haber sido mejor y no tan condescendiente. Considero que con la cantidad de cosas que había que contar, dejarse tanto el ego, el síndrome de lo que él llama ‘el del cantante solista’ -la voz de la banda, la exposición a los medios, así como la facilidad de ser el centro de la diana-, y contarle al mundo todo lo que rodeó a esa segunda juventud del grupo, habría sido lo primordial.
Y lo mismo sucede con la década de los noventa: llegaron y arrasaron, pero él sigue hablando de forma prescindible y un tanto absurda sobre acontecimientos de su vida -que había referido anteriormente- y no nos cuenta cómo fue ser uno de los cabezas de cartel de la edición de Woodstock de 1994 así como los entresijos del backstage, las sensaciones que tuvo al citarse con la historia, conocer a Dylan, Cocker o a todos aquellos que formaron el cartel en 1969, etc. Sí que es cierto que las historias sobre las canciones son muy interesantes: la obsesión con Dream On y el objetivo que tenía de impactar desde el primer momento, la capacidad de improvisación que tenía él en aquella época, la capacidad de saber fusionarse con el entorno cuando venían bien y mal dadas, la creación de Rats In The Cellar y Back In The Saddle: frutos de entornos pesimistas, habitaciones con ratas y demás; y la importancia romántica que siempre le ha dado a la noche. De hecho, muchas composiciones han salido de largas noches de vigilia. También pasa de puntillas sobre el estrepitoso fracaso que supuso Just Push Play, considerándolo muchos críticos como uno de los peores álbumes del nuevo milenio y sí recalca el éxito de ventas que fue. Y es que, señores, estamos tan acostumbrados a leer y releer los pasajes más escabrosos de Los Trapos Sucios de Mötley Crüe, que hablar continuamente sobre lo grande que es un músico, en vez de hacer un acto de sinceridad o contrición brutal como los californianos hicieron en su biografía, resulta una quimera.
Y ese problema también lo encontramos conforme encaramos los instantes finales: su capacidad para desviar el tema mediante digresiones absurdas e infantiles, propias de alguien que padece del Síndrome de Peter Pan y la escasa o nula habilidad que tiene a la hora de relatar aspectos principales de su actividad como músico y su facundia sobre asuntos totalmente accesorios como la regeneración de sus tejidos cuando sufría lesiones en los tendones de la rodilla por el uso de las botas altas y los médicos que visitó. Aunque sabe sacar ese lado dulce y hogareño que cualquier rockstar, en el momento adecuado, sabe cómo usar como arma arrojadiza para los detractores de su figura, lo cierto, es que, de querer tocar tantos temas que no le competen, consigue que el lector pueda perder el hilo. En muchos pasajes dice que Aerosmith es su vida y que son un sólo ente. Pues bien, no suele predicar con el ejemplo. Y aviso a navegantes: el problema subyace en la propia mentalidad infantil de Steven y no en la editorial y el propio Juliá, quienes logran salvar el libro con una traducción y encuadernación perfecta, amén fotos interesantes que sirven para acercarnos a su figura y a la banda.
Por ello felicito al periodista barcelonés y a Malpaso: darle forma a este mamotreto de más de más de cuatrocientas treinta páginas a través de un torrente de palabras y de narraciones sin conexión, puede ser incluso más difícil que escribir sobre el propio personaje; así que ellos sí salen muy bien parados aquí. ¿Y qué más decir? Al que sea fan de Aerosmith, como yo, le puede saber a poco; y al que no lo sea, la verdad, no se pierde nada. Hay biografías que pueden ser acicates más que interesantes para espolear al público y lograr que se sumerja en la obra de un determinado artista. Tyler, en cambio, ha perdido una oportunidad más que interesante para disipar ciertos aspectos de su figura. Por todo lo demás, a la actividad escritora de Steven Tyler le voy a poner un cuatro, y a Juliá y la editorial, un nueve. Si quieren un gran libro editado por Malpaso en el aspecto musical, tienen para aburrir; pero centrémonos en tres: Who I Am de Pete Townshend, Memorias de Neil Young: el sueño de un hippie y Desorden Púbico: una plegaria Punk por la libertad.
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