who-i-am-memoriasWho I Am impresiona; por lo que cuenta y por cómo lo hace. Si obviamos el repaso editorial y quitamos recortes, correcciones y retoques, aún nos quedará un texto amplio, minucioso y muy, muy sincero. Pensemos en Los Trapos Sucios, de Motley Crüe. Descartemos algo de mitomanía, leyendas escabrosas despiezadas detalle a detalle y la recreación exagerada de la decadencia. Algo así es Who I Am.

Tocamos en The Smothers Brothers Comedy Hour. A efectos televisivos, Keith prendió un acarga de pólvora brutal que estalló allí mismo ante una Bette Davis aterrada y un Mickey Rooney algo mohíno pero indulgente.Mi pelo fue presa de las llamas y mi oído no volvió a recuperarse.

Townshend rememora, además de su dificultosa infancia y los hechos más traumáticos ligados a la misma, la historia de los Who y todo lo que vino después: proyectos alejados de la música, carrera en solitario, musicales… Sin tono nostálgico alguno. Además, va mucho más allá, pues entrelaza perfectamente lo que ocurría en su banda, lo que se le pasaba por la cabeza, y los bandazos que daba su vida personal en cada tramo, logrando en cada capítulo un perfecto equilibrio. Al lector no le cuesta ponerse en situación, y eso es muy de agradecer.

Hay decadencia: drogas y, sobre todo, alcohol por doquier; lo que suele buscar todo fan, pero en este caso, marca la diferencia su elegante forma de afrontarlo: autoconsciente y realista. Ni siquiera va a lo fácil: no se recrea en su su sobredosis de cocaína -que resumene en un solo párrafo- o los roces con groupies, lo que a algúnos ávidos de morbo, seguramente, decepcionará. No es mi caso, pues no necesito abundantes detalles para sentir empatía un hombre que, durante gran parte de su vida, ha intentado dar sentido a sus propios actos, llegando a bajar a su propio infierno interior a tragos de Rémy Martin.

El alcohol ayudaba.

He notado cierto bajón a partir de la primera separación de los Who, aunque no deje de ser un cambio de ritmo necesario y evidente. También se echan en falta detalles y se perciben huecos en la historia -posible falta de recuerdos, claro-. Aún así, están muy bien disimulados, y la narración es lo suficientemente amena como para saltarlos sin despeinarse. Eso, unido a una actitud consciente y crítica que parece obligar a Townshend a analizar y cuestionar cada momento que revive, hacen del recorrido un verdadero placer, resultando fácil dejarse llevar hasta el final, donde se aclara, por supuesto, su acusación relacionada con pornografía infantil.

La muerte de mi padre me hizo dolorosamente consciente de lo que supone la paternidad para un hombre corriente, con toda la responsabilidad que acarrea. También entendí mejor mi papel en los Who. Roger había liderado la pandilla, era la sangre; yo, a manera de figura paterna, había sido responsable de las transfusiones.

Abundan pistas, nombres y circunstancias que propiciaron la concepción de obras como Tommy o Quadrophenia, carnaza para melómanos curiosos. Anécdotas y cambios de rumbo que llevaron dichos barcos al puerto que todos conocemos. Cosas que da gusto leer. En relación a sus obras inconclusas y fracasos –Lifehouse y su matrimonio con Rachel Fuller son los más notables-, luce un digno abatimiento sin llantos; no se corta en decir «me pasé de listo» con una madura entereza.

El texto está repleto de referencias a discos, canciones, colaboraciones, músicos e incluso conciertos a los que asistió Townshend, todo ello narrado con pasión juvenil, transmitiendo tanta admiración hacia figuras como Jimi Hendrix o Janis Joplin que es inevitable no desempolvar sus discos.

Volví la noche siguiente, esta vez sin ácido, y me llevé a Eric Clapton para que viera a Syd Barret. Éste se subió al escenario (hasta las cejas de ácido), tocó un sólo acorde, y lo demoró como una hora.

En Whoodstock no había camerinos, así que entramos en una tienda que disponía de una máquina de agua caliente, sobres de té, café instantáneo y un termo de café. Me serví y a los pocos minutos me di cuenta de que habían echado ácido en el agua.

Personalmente, y en calidad de fan, no le pido más a un libro de memorias. Estamos ante un repaso completísimo y bien estructurado -siempre personal, nada de absolutas verdades-, tanto a la vida de Pete Townshend como a su carrera musical, la cual, por cierto, aún parece lejos de terminar. Si añadimos que la edición de Malpaso es preciosa y la traducción muy digna, podemos considerarlo un tomo imprescindible.

Un grupo de rock no es una hermandad; es una fusión desigual, a veces competitiva, de jóvenes con ambiciones divergentes que han accedido a tocar juntos.

PD: a nuestro colaborador Rockología tampoco le ha defraudado en absoluto.

by: Edgar

by: Edgar

A la música le dedico la mayor parte de mi tiempo pero, aunque el rock me apasiona desde que recuerdo, no vivo sin cine ni series de televisión. Soy ingeniero informático y, cuando tengo un hueco, escribo sobre mis vicios. Tres nombres: Pink Floyd, Led Zeppelin y Bruce Springsteen.

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