La infancia es un estado que se suele asociar a la inocencia y la candidez. Unas personas que suelen gozar de la empatía de la población y a las que no se suele desear mal alguno. Pero en el cine de terror o el thriller se ha conseguido que esos niños puedan resultar impíos y temibles asesinos, tanto en solitario como en “La profecía” como en grupo tipo “¿Quién puede matar a un niño?, cualquiera de las versiones de “El pueblo de los malditos” o “Los chicos del maíz”.
Y con estos mimbres Eskil Vogt ha conseguido una película incómoda de ver pues gira en torno a un grupo de críos en una barriada donde se descubre que tienen ciertos poderes telequinéticos que al principio utilizan como juego para ir aumentando y desbordando la acción merced al egoísmo y crueldad también típicos de esa edad.
Argumento, si no especialmente original sí, eficaz que se debe a Eskil Vogt, nombre fundamental del cine noruego al ser el coguionista de Joachim Trier quien tras una interesante carrera llegó al cénit con sus nominaciones al Oscar, sobre todo la de mejor guion original, por «La peor persona del mundo». Ahora, sin dejar el “libreto”, pasa a la dirección con esta cinta de terror y suspense que bebe de un clásico anterior de la pareja nórdica como fue «Thelma», con poderes sobrenaturales que desataban el caos. Vogt también apuntala su edificio con más influencias evidentes como la idea de la “nueva carne” de David Cronenberg y filmes tan sugerentes como “Videodrome”, “La zona muerta” y, en mayor medida, “Cromosoma 3” y “Scanners”. Una historia bien presentada que avanza con cierta lentitud pero que en más de un momento roza el notable en sus casi dos horas de metraje, con varios momentos de innegable crueldad como en la muerte del gato o de uno de los progenitores de uno de los protagonistas. Además aderezado con una puesta en escena fría y poco positiva, con una fotografía gélida de Sturla Brandth Grovlen que la emparentaría con ese otro clásico del horror escandinavo moderno como es “Déjame entrar” y una banda sonora con fuerte presencia de cuerda de Pessi Levanto que consigue dotar del tono adecuado.
Y destacable es la interpretación de los cuatro menores que sin apenas sonreír en todo el largometraje nos dejan claro sus sentimientos, sin dejar de ser niños para bien y para mal. Una de las chicas incluso borda su papel de autista. “Los inocentes” (no entendemos por qué no se ha traducido el título del noruego “De uskyldige” al español y se ha dejado en inglés) es otra buena muestra de lo mucho que ha mejorado el cine de género en Europa en general y en Noruega o Escandinavia en particular. Buena parte de culpa la tienen cineastas como Eskil Vogt, quien sólo tenía un largo como director en 2014 titulado “Blind”, sobre una mujer ciega que vive sola pero que ha cimentado su nombre y fama como guionista, de la mano del cada vez más al alza Joachim Trier. “The innocents” no es ni mucho menos perfecta y sus deudas con otros realizadores son claras pero su conjunto final es interesante y sólido.
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