Netflix sigue con su ofensiva por conquistar la pantalla grande aunque todavía no ha conseguido un título lo suficientemente destacado como para reventar la taquilla o la temporada de premios. Parece claro, que a pesar de su aceptable tono medio y sus pretensiones, «El rehén» tampoco va a convertirse en la cinta que consiga ese «espaldarazo» definitivo. A su favor, por fin, consigue un estreno importante consiguiendo llevar su película por un número de salas destacado.
Su premisa es interesante, pues ahonda en la crisis en el Libano en los ochenta. Una zona próspera y rica que por culpa del terrorismo islámico se convierte en los setenta en un «avispero» donde todo ese esplendor se transforma en guerra y pobreza. Así en el prólogo se nos presenta a un diplomático estadounidense que pierde a su familia en un atentado tras la masacre de Munich 72. Una década después debe volver al Líbano para servir de negociador en el secuestro de un antiguo amigo. Un argumento que si bien no aporta nada nuevo al género del «thriller político», si tiene unas ciertas pretensiones de evitar las escenas de acción espectaculares, con tiros y explosiones, y construir una trama clásica de espionaje en la línea de las novelas de Frederick Forshyth o John Le Carré, con unos estados enfrentados o aliados donde la lucha es geoestratégica y la vida de una persona no tiene nngún valor. Y eso sucede con los Estados Unidos, la Autoridad Palestina, la O.L.P. o Israel.
Para ello se sirve de un correcto realizador como es Brad Anderson, un tipo que destacó en sus primeros trabajos en cine, con películas de terror como «Session 9» o «El maquinista» para dedicar el resto de su carrera a la pequeña pantalla donde ha trabajado en las más importantes producciones. Anderson dirige con tino y pericia y acaba dotando a su puesta en escena de un tono que recuerda a las buenas adaptaciones de los escritores antes citados. Se agradece que intente dotar a su ritmo de la suficiente pausa y una variedad de planos notable, sin abusar del televisivo plano- contraplano, aunque en el debe falta épica al metraje y los conflictos están resueltos de forma mediocre. Es superior en las intrigas entre países que en el campo más intimista de los sentimientos. Aun así, se ve con agrado y resulta una hora y cincuenta minutos de entretenimiento.
Parte de culpa la tiene el guionista Tony Gilroy, autor de cuatro largometrajes de un clásico contemporáneo del cine de acción y espías como es la saga Bourne. Y aunque aquí no tenemos un superhéroe, capaz de acabar con cualquier enemigo que se encuentre por delante, si le une esa lucha del individuo contra las «cloacas del estado», bien apoyado en la fotografía de Björn Charpentier que saca rédito a la poderosa y desértica luz de Oriente Medio y a la banda sonora de John Debney, no innovadora pero más que correcta.
Reparto bien «engrasado» encabezado por Jon Hamm, que sigue sin superar el Don Draper de «Mad Men» y Rosamund Pike, actriz inglesa al alza desde su trabajo y nominación al Oscar por «Perdida», en un papel que realiza con soltura y que parece diseñado para ella.
No sabemos si Netflix conseguirá pronto su filme fetiche pero de momento sigue en un camino irregular, jalonado de producciones interesantes como «El rehén» que hace que veamos a la compañía de «streaming» como algo más que series. Todavía no está a la altura pero paso a paso intenta acercarse.
Me encanta Jon Hamm, la película entretiene y algunas escenas me gustaron bastante. En lineas generales coincido con la critica.
Muchas gracias, Susana por el comentario. Me alegro que coincidamos.