Ya se sabe que la tendencia a reducir la realidad a una oposición radical entre lo bueno y lo malo es conocida como maniqueísmo. Y, por desgracia, esa fue la primera sensación que tuvimos al ver esta cinta de la polaca Agniezska Holland, una realizadora que saltó a la fama a principios de los noventa con «Europa, Europa» y «Olivier, Olivier», dos espléndidos largometrajes sobre un involuntario héroe nazi en la Segunda Guerra Mundial y sobre la búsqueda de un niño desconocido. De allí dio el paso a Gran Bretaña y EE.UU. con otros éxitos de crítica como «El jardín secreto», «Vidas al límite», interesante aproximación a la relación entre el joven Rimbaud, un excelente Leonardo Di Caprio, y Paul Verlaine, «Washington Square (La heredera)», adaptación de la mítica novela de Henry James y su principio de decadencia con «El tercer milagro» que coincidía con abandonar a sus dos compositores de referencia, primero el enorme Zbigniew Preisner, cuya estrella brilló y decayó en los noventa, con trabajos inolvidables para Krzysztof Kieslowski («La doble vida de Verónica» y la trilogia de los tres colores), los de Holland, la impresionante banda sonora de «Herida» de Louis Malle y algunos trabajos en EE.UU. («Jugando en los campos del señor», «Cuando un hombre ama a una mujer»…) y más tarde Jan P. Kaczmarek, sustituido por Antoni Komasa Lazarkiewicz, con el que sigue trabajando en sus proyectos en 35 mms. hasta este «Spoor (el rastro)», con la que ha ganado premios en Berlín, en la última edición de la SEMINCI vallisoletana y se postula a una posible nominación al Oscar a mejor filme de habla no inglesa, viendo el prestigio de Agniezska Holland en los círculos cinematográficos y que desde hace años se ha especializado en rodar en series televisivas importantes, de hecho hablamos de ella por su labor en la quinta temporada de «House of cards».
Y desde el punto de vista técnico poco se puede achacar a su dirección, pues la cinta es deliciosa visualmente, con secuencias logradas y de bastante complejidad, sobre todo las realizadas en pleno invierno, con una amplia capa de nieve. Muy bonitas e integradas a la perfección en la trama, que fluctúa entre el «thriller» y la denuncia social para contarnos la historia de una anciana que lucha contra la caza en un aislado paraje en los bosques polacos y que empieza a comprobar como esos cazadores van muriendo, en una especie de justicia animal. El problema es que todas esas buenas intenciones naufragan, tanto en la investigación policial que carece de interés y acaba haciéndose demasiado larga como en la crítica, pues los buenos son muy buenos, tienen todos las virtudes posibles, sobre todo su protagonista, una mujer jubilada, antigua eminencia en ingeniería, que enseña inglés a los niños de modo poco convencional pero efectivo. Culta, refinada en sus gustos pero radical en su forma de defender a los animales, vegetariana y en clara comunión con la naturaleza. Una de esas ecologistas que prefieren a cualquier ser vivo que no sea el humano, salvo a los que ella considera dignos de su afecto, bien sea por respeto o por protección. Un híbrido entre Francisco de Asís, Juana de Arco, «La monja Alférez», Teresa de Calcuta y un revolucionario o manifestante de los que proliferan hoy en día, pero desde el punto de vista ateo, ya que los villanos que encarnan la cerrazón y todos los defectos imaginables, están encabezados por el trasnochado cura, soberbio e impositivo, que su falta de discurso lo arregla con oraciones y tono impositivo, el alcalde conchabado con el poder y el dinero y el líder de los cazadores, un frío psicópata que abusa sexualmente de las mujeres, ignorante y complaciente con el poderoso. Este argumento tan infantil acaba por lastrar todo su potencial técnico donde destaca la hermosa fotografía de Jolanta Dylewska y la partitura de Antoni Komasa Lazarkiewicz y sobre todo la interpretación de Agniezska Mandat- Grabka.
Una cinta que, imaginamos, gustará a ese sector de la población radicalizado, buenista y, en muchos casos, con poca edad y muchas ganas y que por desgracia también estamos observando en ciertos sectores de gente a la que se le presupone más madurez, aunque sigan con ideas vitales de una permanente adolescencia y que no nos extrañaría nada que acabase gustando entre los votantes hollywoodienses, otorgando una nominación que no consigue Polonia desde el Oscar a «Ida», el excelente largometraje de Pawel Pawlikowski, heredera de una cinematografía que ha dado nombres tan importantes en el séptimo arte como los de Andrzej Wajda, Wojciech J. Has, Jerzy Skolimowski, Roman Polanski, Krysztof Kieslowski, Andrzej Zulawski, Jerzy Kawalerowicz o Krzysztof Zanussi (quien, por cierto, se encuentra entre los productores de este producto fallido)
0 comentarios