Hace ya unos cuantos lustros, perdido en uno de esos bares que manchan el paisaje del Bairro Alto de Lisboa, escuchaba el fado «Almas vencidas, noites perdidas», una canción que termina con la lapidaria letra de «-Tudo isto existe, tudo isto é triste, tudo isto é fado-«. Toda una declaración de intenciones y uno de los mejores resúmenes de la canción tradicional portuguesa. Un cumulo de sentimientos que he vuelto a vivir varias veces en mis habituales visitas a Lisboa, paseando frente al Tajo o en Alfama escuchando la melancólica voz de Amalia Rodrigues, Ana Moura o Teresa Salgueiro, aunque esa primera vez fue la que más me afectó. Hasta ayer.
Sentado en el precioso patio de la Sala Milwaukee de El Puerto de Santa María (Cádiz), ante unas cincuenta personas, aparecía justo antes de las once de la noche Minha Lua, en formato duo con Gabriel Pancorbo a la guitarra y Victoria Cruz a la voz. Una noche mágica, como bien nos decía su cantante, que comenzaba a ritmo de «Sentimento», un precioso tema ejecutado a la perfección y donde se demostraba el altísimo registro como vocalista de Victoria Cruz, capaz de llegar a notas imposibles y dotada con un timbre y una coloratura magistrales y que emocionaba en cada nota o inflexión vocal, y que además derrochó simpatía, explicó la diferencia entre fado tradicional y fado canción, nos explicaron sus nuevos proyectos e incluso tradujo algunos temas para deleite de los presentes. «Fado súplica» dejaba paso a ese homenaje al barrio fadista por antonomasia como es «Alfama», con esa entrada de «Cuando Lisboa anochece como un velero sin velas» donde brillaba la guitarra de Gabriel Pancorbo que sonaba como un quejido nocturno, como un momento de «saudade»; esa nostalgia portuguesa de lo que se ha perdido o quizás nunca se ha tenido. El espíritu de Amalia Rodrigues seguía manifestándose en «Chamame apenas mulher», con una Victoria Cruz elegante con su precioso vestido y su mantón negro emocionando con un tema de Gabriel Pancorbo llamado «Corpos» o con una morna, prima hermana del fado que se canta en Cabo Verde y que nos comentaron que descubrieron en un reciente viaje al pais africano. Tras esa «Canto de Osanha», llegaba un momento especial con la retirada momentánea de Pancorbo y se quedaba Cruz sola con su voz y una especie de acordeón, que luego nos explicó que era traído de la India. Momento de soledad y de introspección al que seguía la triste y desesperanzada melodía de «Noite cerrada» y «Nao muito distante» y dos bises del calibre de «Vem», donde la madrugada se teñía del espíritu de Madredeus y que en una variación finalizaba con un ejercicio de virtuosismo vocal con unos imposibles sonidos que brotaban de sus delicadas cuerdas vocales. «So a noitinha» terminaba la hora y diez minutos con los que maravillaron en una noche para el recuerdo. Una noche de fado.
PD: Convendrá el lector de esta revista de que si de algo nos preciamos es de que podemos recoger casi cualquier estilo musical, aunque no ocultamos nuestra predilección por el rock, así que hay que decir que a la salida del concierto el guitarrista Gabriel Pancorbo tampoco ocultó lo mucho que le gustaba y había tocado Black Sabbath. Así que esto demuestra que toda la música puede ser alma y no hay que cerrarse a ningún estilo. Yo, el fado lo recomiendo.
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