Salían Mr Wilfred a escena con ganas de golpearnos los tímpanos con sus recién estrenadas canciones, cortes de un disco financiado por su público, recordemos. La veda la abrieron con un «Cochise» de Audioslave de lo más árido y potente. La banda alterna largos pasajes instrumentales con melodías de hard rock que encandilan con facilidad, a lo que se suma sobre el escenario el carisma y habilidad de un par de apasionados guitarristas. Una ágil base rítmica hace que todo funcione con la agradecida corrección poco común en una banda de su categoría. Quizá debieran estar más arriba.
Darán que hablar en el circuito. Luego, quién sabe.
Lo de The Muggs, sabemos, está a otro nivel. Indiscutiblemente. Esta banda ha vivido más en garitos de directo que en su puñetera casa. El rodaje del que hacen gala, la facilidad con la que montan, tocan, vencen, desmontan y hacen el camino a la barra, es innata.
Abrieron fuego con «Get It On», ya perfectos, naturales, con un Danny Methric sonriendo en respuesta a las bocas abiertas, un Tony DeNardo que con un brazo inhabilitado deleita con un carisma por encima de la media, y esa caja de bombas que es Todd Glass haciendo saber a todo Madrid que The Muggs habían llegado a la ciudad. Lo que en sus discos es blues rock garajero se convierte en directo en un blues duro, pesado, basado en riffes y ritmos sísmicos, algo bestial y dinámico, a un nivel que pocas bandas alcanzan.
Desfilaron al ritmo que Danny movía sus pies «Slow Curve», «I Take What I Want» y «6 To Midnite», entre otras. Y los valientes que pasaron allí uno de los mejores miércoles noche de su vida conciertil no sabían dónde meterse, pues con The Muggs llega un momento en que no sabes si pesan más sobre el maltratado físico los golpes de batería, la energía y gravedad del bajo de DeNardo o los descomunalmente sucios solos de guitarra de Methric, un tipo instintivo, cómico y carismático que se pasó todo el concierto con un unos cuernos en la cabeza.
Para cuando consideraron que estábamos lo suficientemente mal(bien)tratados, dejaron caer trallazos de su último álbum, estrenándolo con «Applecart Blues» y dejando rodar «Lightning Cries» o «Spit and Gristle», saltándose todo lo que pudiese bajar el ritmo, dejando fuera temas más blues como «Fat City». Querían machacarnos, y nos machacaron; toda una lección sobre cómo dar un concierto que el público recuerde, algo que deje ganas de repetir.
Y así, queridos lectores, es como confirmamos en esta casa el rock and roll sigue vivo. A nuestro entender, vaya. Olvidémonos de las entradas a 100€, de los estadios llenos, los equipos millonarios y el histriónico espectáculo (no) gratuito, porque es todo superfluo. En la Wurlitzer, una noche de miércoles, vimos a dos bandas: una que comienza, con ilusión y actitud, y otra que hace mucho que lo hizo, que lo da todo por una centena de personas que pagaron unos míseros 13€ a cambio rock más auténtico, sodoroso y profesional que podemos encontrar hoy día.
A poyar a The Muggs, adentrarse en su propuesta, es una vuelta a los comienzos, a los garitos que a tus padres les dan mala espina y a las bandas sin delirios de grandeza, que si los tienen, son de cerveza. Y si no lo disfrutamos, es porque no queremos, que haberlo, haylo.
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