Juvenil y casi adolescente se mostraba un Pablo Perea al que los años no le pesan. Su desacomplejado amor por su propia música, como siempre, fue el motor del concierto en que repasó sus tres álbumes favoritos de la banda: los clásicos Bailando rock & roll y La calle de los sueños rotos, y el maduro y más completo Las Botas Gastadas, su último lanzamiento y quizá el que mejor sonó; fácil, pues a Pablo le acompañaban sobre las tablas los excepcionales músicos que lo grabaron en estudio.

Que La Trampa celebre, aproximadamente, un concierto eléctrico al año en Madrid, tiene su razón de ser. Queda claro cada vez que uno se acerca a disfrutar de esas más de dos horas de rock melódico. El equipo del que se rodea Pablo da todo de sí para que aquello suene y se desarrolle de fábula. En una Sala Live algo limitada, la banda sonó cristalina desde el inicio, y es una banda de la que no hay que perderse una nota, desde la guitarra de Javier Fuertes a la batería del gran Toni Mateos, pasando por el teclado y los coros de Pau Alvarez y el bajo de Manuel Bagües. Todo sonó en su sitio, sin destacar por méritos de volumen la voz de Pablo y haciéndolo como debe: por los propios.

A las 21:30 sonaron los primeros acordes de «No te rindas» y el público presente se entregó a lo evidente: una potencia vocal sin igual en el panorama y una banda profesional como pocas. Es cierto que a Pablo le costaron un par de canciones calentar los dedos. También tuvo que afinar la guitarra a la tercera, pero a partir de ahí, el show echó a rodar sin impedimentos, y para cuando llegaron «AL Lado de Ti» y «Dias de Vino y Rosas», la banda sonaba a rock en bruto, y la voz de Pablo, a gloria.

Los habituales agradecerían la inclusión de canciones menos habituales en sus repertorios, como «Subiendo (A Un Tren Sin Destino)» o «Mienteme». También, junto al resto, celebrarían joyas como «La calle de los sueños rotos» -su tema más épico, y uno de los que mejor suenan sobre el escenario-, «Experiencia» o «Tras las huellas de mis pies».

La conexión entre banda y público se hacía evidente cuando a Pablo se le escapaba algún verso y los presentes se lo recordaban a pleno pulmón; también Javier, a cada solo se llevaba los vítores del público. Los estribillos rebotaban a doscientas voces entre los muros, cayese el tema que cayese, y cuando se despidieron por primera vez, el reclamo era ensordecedor.

Pablo, con la actitud del que quiere mostrar autoridad sin ser serio, aparecía a solas con su guitarra -esta vez eléctrica- pidiendo silencio. Su habitual demostración de virtuosismo vocal a través de tramos de «Mi Cicatriz» o «De Aquí a la Eternidad» nos dejó con la boca más que abierta, y es que es excepcional la forma en que sus canciones fluyen a través de él; Perea se vuelve uno con la música y el contexto pasa a mejor vida. El trance dio paso al silencio, y este a unos abrumadores y merecidos aplausos.

El bis lo completaron algunos temas más, como «Ni tu ni yo», «Todo Lo Que Tú Me Das«, «Acércate y Bésame« y su clásico personal, la versión de John Waite «Te Echo de Menos». Odio sacar el smartphone en un concierto, pero me hubiese encantado llevarme de recuerdo en vídeo el duelo vocal entre Pablo y Pau hacia el final, todo un festival vocal del que solo son capaces los profesionales con talento. Un fin de fiesta que, tras más de dos horas ininterrumpidas de música, obliga a repetir.

by: Edgar

by: Edgar

A la música le dedico la mayor parte de mi tiempo pero, aunque el rock me apasiona desde que recuerdo, no vivo sin cine ni series de televisión. Soy ingeniero informático y, cuando tengo un hueco, escribo sobre mis vicios. Tres nombres: Pink Floyd, Led Zeppelin y Bruce Springsteen.

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