Dicen que la arquitectura brutalista, con su imponente uso del hormigón y su estética austera, no es para todos los gustos. Pues bien, The Brutalist, el film de Brady Corbet, parece haber tomado esa misma filosofía, pero aplicada al cine. Visualmente impecable, con una factura técnica incuestionable y un reparto de relumbrón encabezado por Adrien Brody y Felicity Jones , la película venía precedida de una fama de obra maestra (o eso ha dicho buena parte de la crítica) pero… al menos en mi caso, se ha quedado en un vacuo ejercicio de estilo. Me la suda si han usado un sistema de fotografía en desuso desde hace 60 años si este recurso no sirve para emocionarme.
La historia nos presenta a un arquitecto judío que emigra desde Hungría a Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, personaje claramente inspirado en el arquitecto Marcel Lajos Breuer. El protagonista busca su propio sueño americano: el de la figura talentosa que, con esfuerzo y sacrificio, espera labrarse un futuro en la tierra de las oportunidades. Sin embargo, la película no pinta este viaje como una ascensión gloriosa, sino como una lucha contra un sistema que se aprovecha de él en todos los sentidos. Es un inmigrante que lucha por aportar su talento a una sociedad que lo necesita pero que, al mismo tiempo, lo margina. Tema muy interesante de plena actualidad. The brutalist trata sobre el desencanto con el sueño americano, el choque entre identidad e integración y la instrumentalización del talento por parte de los ricos y poderosos aunque, inexplicablemente, nunca llega a emocionar.
The brutalist se empeña en mantenernos a distancia, como si la propia frialdad arquitectónica se trasladara a los personajes. Brody hace lo que puede con un papel que exige más contención que emoción, pero la falta de conexión con su drama personal hace que su odisea nos importe un bledo. El problema no es solo la falta de empatía con los personajes, sino también la nebulosa en la que se mueve su mensaje. ¿Es una reflexión sobre la manipulación? ¿Una crítica a la deshumanización del capitalismo? ¿Un artefacto de propaganda sionista? ¿Un canto a la perseverancia creativa? ¿Una crítica al sueño americano? ¿Un alegato contra las drogas? ¿Una denuncia de los abusos sexuales? The brutalist es todo esto aunque sugiere demasiadas cosas pero casi nunca concreta. Brady Corbet deja entrever muchos temas sin concretar ninguno. Quizás haya querido abarcar demasiado y ha dejado demasiados cabos sueltos. No puedo dejar de imaginarme esta película en manos de un Coppola o un Scorsese de hace 40 ó 50 años.
¿Es The brutalist un film sionista? ¿Hace propaganda descarada del derecho del pueblo judío a tener un estado propio y a defenderse? Yo creo que no. Me explico con SPOILER: Zsófia, en su discurso final, tergiversa absolutamente el arte de László, haciendo una lectura interesada de la obra del autor que ya no puede expresarse debido a la enfermedad. Está lectura sionista del arte de László es una manipulación más. Demostrando que el destino de László ha sido siempre ser manipulado y humillado por los poderosos: los nazis, los magnates norteamericanos y, finalmente, los sionistas de su propia familia. Este epílogo da realmente sentido al film, una pena que llegue demasiado tarde y resulte tan gélido. Sentí que había sido testigo de una obra majestuosa en su exterior aunque hueca en su interior. Como algunos de esos mastodontes brutalistas que pueden impresionar desde fuera pero que no invitan precisamente a entrar en ellos. Me emocionan mucho más las historias sociales de Ken Loach. Y no duran 3 horas y media.
En definitiva, The Brutalist es un film que, como su protagonista, está obsesionado con la forma pero olvida el fondo, siendo incapaz de emocionar. Una película fría como el hormigón.
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