Tal vez en los homeless se da una extrañeza, una perplejidad: un vacío de respuesta.

Su forma de vida parece de las más difíciles que se conocen —y, además, el precio que pagan por vivir es muy alto—. Entonces, la pregunta que conviene hacerse podría ser: ¿les es más fácil vivir de la forma más difícil?

Tal vez, entre tantas necesidades, han encontrado a su enemigo y son ellos mismos.

Pero los homeless no saben si son, en efecto, inferiores —como todos les dicen— o si se trata, solamente, de un complejo de inferioridad del que no saben cómo deshacerse.

Se dice que la experiencia no es lo que nos sucede, sino lo que hacemos con lo que nos sucede. Sin embargo, los homeless no hacen nada con lo que les sucede o no les sucede: en cualquier caso lo dan por bueno —o por malo— y siguen tirando.

Son como un ejército en retirada, que no deja de moverse hacia atrás, huyendo, hasta que tiene alguna referencia segura de que puede detenerse, quedarse en un lugar que hará suyo. Pero los homeless nunca llegan a tener esa referencia segura que les permitiría dejar de moverse hacia atrás, de huir, para hacer suyo un lugar, para detenerse en poseer algo.

Y se hace verdad en su vida que no pueden perder tiempo en ganar dinero: hay algo mucho más perentorio que les obliga, por encima del dinero: la prisa —que ha acabado, por agotamiento, siendo indolencia— de la fuga; el movimiento hacia atrás y hacia fuera, lejos, a cualquier parte con tal sea fuera del mundo— de un ejército perdedor en retirada, que siempre está a merced de los vencedores, que tienen el derecho de acabar con ellos allí donde los alcancen.

Las fotos de Lee Jeffries fatigan la fascinación —e incluso la atención— porque les faltan los alrededores irrelevantes del entorno, y se hacen por ello demasiado intensas: no podemos mirar a otro lado, nos obligan al rostro inmediato de los homeless, no nos dejan respirar de tanta pobreza sucia y asfixiante.

Incluso su presente es falso: su realidad no tiene presente, no conoce el ahora, no está en ninguna actualidad: son absolutos en el tiempo y en el espacio, únicos en su mundo.

¿Puede decirse que vivan al otro lado de algo, en el mismo sentido en que se les llama marginales, esto es, al margen, fuera de la línea pautada? Y si puede decirse que viven al otro lado, ¿cuál es ese lado y este lado, su lado y el nuestro?

Julien Green dijo que una vida humana parece siempre incompleta, un fragmento aislado de un largo mensaje del que se nos da una débil parte, a menudo indescifrable.

Pero la visión reduccionista no tiene la misma percepción de una vida humana: más bien hace enseguida una declaración de completud: sólo es esto y nada más, no hay nada más que esto.

Tal como está el patio, no se puede dejar de funcionar aunque se tengan dos ideas opuestas al mismo tiempo. Con ayuda de las palabras, ¿expresaremos todo lo que ocultan las palabras? No se puede poetizar con la pobreza: sin una cierta regularidad en lo necesario para la vida nadie puede responder ni de su misma vida, ni de su honradez, ni de sus afectos más íntimos.

Entonces, ¿lo que llamamos intimidad es sólo esa porción de nuestro mundo imaginario que consideramos más propia, esa bola de afectos que es la más entrañablemente confortable?

El hombre es un animal sociable que detesta a sus semejantes.

No sabemos si los homeless quieren tener, poseer algo como suyo, pero todavía nos interesa más el correlato: ¿quieren conservarlo? ¿No será más bien que, no sólo una vez, sino cada vez tienen que meter las dos piernas en el agua para averiguar su profundidad?

¿Una falsa alegría es preferible a una verdadera tristeza?

La vida está llena de una infinidad de absurdos que son verdaderos.

Para los ricos, la pobreza es una ley de la naturaleza.

Jean-Paul Sartre dijo que hay dos clases de pobres: los que son pobres juntos y los que son pobres solos. Los primeros son los verdaderos, los segundos son ricos que no han tenido suerte.

Stendhal dijo que las palabras son siempre una fuerza que se busca fuera de uno mismo.

La vida, además de bucles y recursividades, está llena de rodeos. La soledad no es estar solo, es estar vacío.

Con todas estas observaciones, ¿alcanzamos en alguna medida, en algún sentido, a esos homeless que Lee Jeffries retrata?

 

Por Narciso de Alfonso

by: Angel

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Melómano desde antes de nacer, me divierto traduciendo canciones y poesía. Me gusta escribir. Soy un eterno aprendiz y bebo de casi todos estilos musicales, pero con el buen rock alternativo me derrito.

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