No me voy a meter en disputas con nadie sobre el valor demostrado de la época “clásica” de Michael Schenker con Barden y el imbatible disco con Bonnet. Donde sí se afilan las espadas es cuando hablamos del McAuley Schenker Group, que siempre he pensado que más de uno minusvalora más por costumbre que por hecho. Convencido ya a estas alturas de la vida que sigo siendo incapaz de dilucidar sobre el debate buena vs mala música, principalmente porque mi único dilema danza frente al fuego de lo que me gusta y lo que no. Y los discos de Robin McAuley con Michael Schenker me gustan mucho y siguen sonando a menudo y con continuidad en casa. Seguramente sea injusto reducir tanto la labor de Robin como lo hago respecto a MSG pero es que los que me conocéis -y los que no, ahora lo sabréis- ya conocéis mi declarada idolatría del rubio guitarrista alemán.
El vocalista irlandés, llamó la atención del mundillo del heavy rock con Grand Prix y de ahí saltó en 1986 a poner su apellido como la M de la versión de la segunda mitad de los 80 de MSG, en unos años en los que los viejos mitos del hard rock trataban de adaptarse a los nuevos y buenos tiempos reclamando su parte del pastel, y que en algunos casos salió muy bien (Whitesnake, Kiss, Alice Cooper) en otros no tanto. MSG no tuvo seguramente la fortuna y eso que llegaron a giran tanto con Whitesnake -conocida es la amistad entre Coverdale y Schenker y como el vocalista no dudó en echarle una mano- y Def Leppard durante el “Hysteria Tour”. Hasta 1993 estuvo compartiendo proyecto con Michael Schenker y luego cierto es, y que hubo una época en que el momento no acompañó, McAuley pasó bastante desapercibido exceptuando su disco en solitario del 99 y la breve historia de Elements of Friction en 2001 con Tommy Aldridge y Ricky Philips. Fue volviendo a colocarse en el ojo del fan del hard rock con un puñado de colaboraciones como las de Far Corporation (con quienes ya colaboró en los 80), Bob Kulick, Carminne Appice o nuestra Gaby de Val por no liarme a escribir nombres que podéis encontrar fácilmente.
Pero ha sido su entrada en el universo Frontiers Records el que ha vuelto a dar el empujón definitivo por fortuna para todos, o al menos, para los que gustamos de la voz del irlandés, quien también ha vuelto a relacionarse con Michael Schenker (ya sea con su Temple of Rock u otras acepciones), para mayor gozo de este que escribe. Amparado por el sello italiano, además de tres discos en solitario, incluyendo este “Soulbound”, hemos disfrutado de su garganta en Black Swan, grupo donde comparte line up con Reb Beach y Jeff Pilson y donde practican un hard poderoso. Vale, tanta historia pero, ¿el disco nuevo, qué?. Pues, voy a reconocer a cara descubierta que he perdido la cuenta de las veces que he escuchado “Soulbound” y cada vez me gusta más. La garganta de Robin a sus 72 años está a un nivel fantástico y que además ese giro más duro e incluso oscuro, , con matices, que Aldo Lonobile ha dado a la producción, que descubrimos en este disco se adapta muy bien a la voz de McAuley.
Comienza el disco de manera brillante con «Til I die», poderosa, guitarra, bajo y voz como ataque frontal. El bajo de Aldo Lonobile nos introduce en la canción que da nombre al disco, donde bajan el nivel de potencia pero no de intensidad, presentando un musculoso medio tiempo que desemboca en un efectivo estribillo. El comienzo de «The best of me» me recuerda por un instante al de «Addicted to that Rush» de Mr. Big y por relación a Van Halen antes de que entre el potente riff y abra la puerta a un tema de hard rock potente y directo. Atentos a «Crazy», ya desde el inicio intuyes que tiene ese algo especial, que atesora magia en su interior, revelando la faceta más melódica de McAuley y finalizando en un estribillo que me lleva de cabeza a su época con Michael Schenker. Otra canción que me sabe a gloria es «Let it go», hard rock clásico en una tesitura más dura, correosa siempre dentro de los parámetros en los que se mueve el irlandés.
Continúa el hard rock energético con «Wonder of the world», otra canción que de nuevo me vuelve a recordar su paso por MSG gracias a ese riff y las líneas vocales directas y a la vez melódicas con un final explosivo. «One good reason» es realmente poderosa, jugando con partes más lentas pero no por ello menos contundentes y un McAuley mostrando adaptarse a cualquier terreno sin dificultad. «Bloody bruised and Beautiful» recupera las señas de identidad más clásicas del hard rock a la vez que muta hacia vertientes del hard melódico justo al llegar al estribillo. «Paradise» es otro de los puntos fuertes del disco para mi, potente, de las que te hace cerrar el puño y cantar a plena voz junto a la guitarrera «Born to die», donde brillan las guitarras y por supuesto un Robin McAuley muy inspirado, que le otorga un tono épico, revelando su capacidad y que sigue manteniendo un nivel envidiable. El disco lo cierra la canción más dura del disco, puro heavy rock con «There was a man» que escupe fuego. Un gran disco de un grandísimo vocalista.

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