Rufus T. Firefly es esa banda que si no existiera la podría haber inventado una inteligencia artificial entrenada con Radiohead, Tame Impala y la discografía seminal de Pink Floyd. Sin embargo, a pesar de tener los pies en la psicodelia de décadas pretéritas, Rufus T. Firefly tienen su propia personalidad y son una de las propuestas más interesantes del panorama patrio. Con cada nuevo disco ganan credibilidad y adeptos mientras exploran nuevos territorios sonoros. A pesar del lío de las entradas por la quiebra de Wegow, la Sala Oasis presentaba una muy buena entrada. Ahí estaban sus fieles seguidores apoyando al grupo en las dificultades. Lo cierto es que este concierto fue un puto milagro y así fue celebrado por los asistentes.
Por momentos, anoche en la Sala Oasis, uno olvidaba que estaba en Zaragoza. Rufus T. Firefly desplegaron un ritual sonoro a base de psicodelia y emoción directa a la vena. La banda de Aranjuez capitaneado por Víctor Cabezuelo y Julia Martín-Maestro, acompañado por Manola a los teclados, Juan Feo a la percusión, Miguel De Lucas al bajo y Carlos Campo a la Guitarra, transformó la Oasis en una especie de catedral pagana donde la espiritualidad emanaba de delays, reverbs y sintetizadores.
El sonido fue impecable, permitiéndonos disfrutar de esos teclados etéreos, esas guitarras cristalinas y la percusión fusionándose en un equilibrio perfecto. La cuidadísima iluminación fue otro elemento a destacar en el resultado final. Cabezuelo, siempre en ese extraño equilibrio entre chamán mesiánico y colega del instituto, parecía poseído por una energía cósmica, mientras, Julia Martín-Maestro aporreaba la batería como si le fuera la vida en ello mientras dejaba claro que el groove también puede tener alma.
Hicieron un repaso de los nuevos temas de Las cosas buenas y sonaron tan bien que casi parecían las versiones de LP. Me sedujeron especialmente “Trueno azul”, “La plaza” y “Canción de paz”. También hubo sorpresas como el tema «Reverso» o la versión del «Canta por mí» de El Último de la fila interpretada por Julia. El éxtasis llegó con «Sé donde van los patos cuando se congela el lago», “Nebulosa jade”, “Río Wolf” o “Lafayette” mientras el público levitaba entre luces moradas y melodías de otra galaxia.
Lo cierto es que tras más de hora y media de concierto, una reflexión flotaba en mi cabeza: esta banda, que nunca ha buscado el hit fácil, está gozando de un innegable techo artístico que muy pocos en este país pueden alcanzar.
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