Me resulta excesivamente sorprendente las delimitaciones que algunos pretenden imponer a algo tan voluble como la identidad, principalmente para utilizarlo en beneficio propio más que en el común que dicen defender. Deshacer barcos de papel en un charco es mucho más sencillo que confabular discretos planes de construcción con los que sacar pecho. Charcos que por otra parte llevan impresa fecha de caducidad atada irremediablemente al momento de mayor esplendor del sol que lo seque. Habitar espacios comunes es inevitable para vivir en sociedad, convivir en comunidades del habla donde los desaires están al orden del día. La justificación de «pasajes históricos» esculpidos en ninguna parte pero imbuidos de la teoría Goebbeliana que ya algunos ni tan siquiera tienen el pudor de disimular. Peleas de perros que se muestran bravucones desde la seguridad de la sujeción de la correa de su dueño. Víctimas inocentes sustituidas por las que usurpan el dolor ajeno. ¿Dónde está el camino a la redención?. Ni idea, por eso a veces es mejor lanzarse de cabeza al que conduce inevitablemente a la perdición.
La banda sonora cuando dejas de escupir al viento llega con esa mezcolanza extraña de elección propia y encuentro accidental. Rescato el concepto de identidades porque construyo la mía propia a base de retazos de otras que chocan contra mi como olas contra los bloques de hormigón que resguardan las ciudades costeras. Las hago mías aunque pertenezcan a quienes le dieron vida, como un negocio familiar, en este caso el de Los Farelli con los que crucé camino hace ya tanto que no soy capaz de datarlo en el tiempo pero si en la memoria selectiva donde perviven los que crean huella en ti. Lo de estos tipos es el rock and roll fresco y sincero, canalla y (des)honesto, guitarras bravas y letras versadas en historias cercanas travestidas de historias de la mafia. Cantaban Platero y Tú aquello de «Somos los Platero pa lo bueno y pa lo malo, esto es rock and roll y no somos americanos», a los que añadiría, somos de Sanlucar de Barrameda y no vamos a dejar que seas capaz de dejar de mover tus pies mientras suenen mis canciones.
«Affari Di Famiglia» es el nuevo disco de Los Farelli, y los de Sanlucar no se embarcan en travesías que no les lleven a ninguna parte porque se conocen de memoria las mejores tabernas del puerto, allí donde sus acordes que saben a humo de cigarrillo y bourbon con poco hielo, truenan convertidas en adalides del rock and roll de calle, del que nunca ha olvidado que la diversión es parte fundamental de una música que nació para mover caderas por encima de aparecer en tratados universitarios. Colaboraciones de lujo en este nuevo disco, donde nos encontramos a gente como Guillermo Alváh de Salvaje Lola, Kanijo de Made Dust, Tore de la Hermana Loca de Marylin Manson, Pito Txumino de Txuminos Imberbes, Jose Carlos Macías de Maggot Brain y Jaime Moreno de The Electric Alley, un elenco de altura para unas canciones imbatibles, manufacturadas a conciencia para ser llevadas al directo, habito natural de Los Farelli, donde doy fe que suenan como una maquina engrasada.
Hace mucho que soy incapaz de destacar una canción sobre otra en los discos de Los Farelli y aquí no va a cambiar la cosa. Obreros del riff adictivo, ese que presume a pecho descubierto, por nombrar alguna en canciones como «Haz lo que tengas que hacer», «La primera vez que te vi» o el salvajismo ilustrado de «Declaradme culpable». Sin medias tintas, «Affari Di Famiglia» es un disco de devoras de principio a fin, de norte a sur y de este a oeste sin importar por la canción que empieces y preparado para comenzar de nuevo una vez que se acabe. Rock and roll por los cuatro costados, bebiendo los vientos por el que cimentó las bases del de aquí y que por supuesto, nació embelesado por el que llegaba de fuera. Ya hace tiempo que robé aquella expresión sobre Leño y la hice mía para referirme a esta gente, ¡Los Farelli pa’ siempre!.
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