Resulta tarea harto complicada ponerse en la piel de otra persona, más aún, cuando esta es uno de los iconos más reconocidos de la música de los dos últimos siglos, como es el caso de Freddie Mercury, idolatrado por varias generaciones. Vayamos más aún, profundizando incluso a niveles superiores del impacto mediático que el recordado y añorado vocalista despertaba. Cuando hablamos de Queen, lo hacemos de un monstruo de cuatro cabezas, cuyo perfecto engranaje daba como resultado unas canciones que eran capaces de adoptar vida propia más allá de cualquier estilo donde lo quisiesen situar. Queen era uno, compuesto por la suma de cuatro, cuya sala de máquina necesitaba para carburar de la misma manera el bombeo de cuatro almas que se fusionaban en un estimulante engranaje capaz de levantar pasiones alrededor del mundo y que lo siguen haciendo aún hoy en día.
Unas impresionantes vistas de las Bodegas Las Copas, cuya pista y gradas presentaba un lleno espectacular, se preparaba para recibir sobre el escenario del Tío Pepe Festival a los argentinos God Save The Queen, a quien la crítica, y lo más importante, la opinión de muchos de los fans de Queen que se daban cita en la calurosa noche jerezana, consideran el más fidedigno tributo a Mercury, May, Taylor y Deacon. El sobrecogimiento general que produce ese preciso instante en que las luces se apagan y la música ambiental enmudece se apodera de un público cuyos latidos sustituyen en potencia al ritmo poderoso de cualquier batería en un concierto de rock. Suena ese inconfundible riff que da vida a «One vision» y comienza el espectáculo. Los argentinos, caracterizados fielmente con la imagen más recordada de los británicos sobre los escenarios del mundo durante tantos años, comienzan a dar vida a un espectáculo acogido con brazos abiertos por el ferviente público que llena las instalaciones de Gonzalez Byass.
Comienzan fuerte, potentes, «Tie your mother down» y «Hammer to fall» atronan por los altavoces y se funden con las voces del público, mostrando el buen hacer de una banda estupendamente engrasada y un vocalista en la difícil tarea de emular a una de las grandes gargantas de nuestra era y que sale victorioso del envite en todo momento. Es complicado no tender puentes hacia las comparaciones, no cerrar los ojos y fundir en uno solo, deseos y recuerdos, cuando suenan canciones como «Under pressure», «In the lap of the gods» o «Seven seas of Rhye», no caer en esa trampa que juega la mente de querer elevar hacia cotas inalcanzables a la formación original, pero el poder que emana del escenario y el talento de cuatro músicos curtidos ya en mil batallas. La magia de canciones como «Keep yourself alive» y «A kind of Magic» te vuelven a poner los pies en la tierra y disfrutar como el que más, y eso lo dice alguien que posiblemente no sea el mayor fan de Queen sobre la tierra pero que ama a la banda de May y compañía por encima de sus posibilidades.
Todas las batallas encuentran resistencia que termina siendo erosionada cuando están bien ejecutadas y en este caso, incluso la reticencia de los fans más escépticos estoy seguro que fue vencida ante esa mezcla de talento y admiración que tan bien administran God Save The Queen. No quiero, porque seguramente no deba ser justo, tratar de resaltar la labor de ninguno de los músicos por encima de los otros, ya que cualquiera que se haya dejado seducir por la discografía de Queen es conocedor que por encima de sus hits, los británicos facturaban grandes canciones donde cada detalle dentro de cada canción era capaz de volverte loco y eso, era obra y gracia de los cuatro, pero hay que hablar sin duda de la labor de Pablo Padín emulando a Mercury, tanto vocal como estilísticamente, algo que es harto complicado, pero el vocalista argentino aprueba con matrícula de honor, introduciéndose no solo en la piel de Mercury, sino también en su espíritu, llevando a las tablas los movimientos característicos de este, sus inflexiones, esos pequeños detalles que no pasan inadvertidos a los ojos de los fans del grupo. Excelente sin duda.
Continua la noche, pasan las horas, da igual que refresque o no, porque aquello es un hervidero. Emociones a flor de piel con «Love of my life» y «Who wants to live forever», puños en alto al ritmo de «I want it all», cambios de vestuario en God Save The Queen siguiendo la evolución de Queen durante los años. Grandes éxitos asegurados como «Somebody to love» y «Radio Ga Ga» se mezclan con joyas profundas de la discografía de Queen que enaltecen corazones presentes como «Hello Mary Lou» o «Crazy Little thing called love». Por supuesto no podían faltar al final «Bohemian Rhapsody» cuyos coros se multiplicaban por mil gargantas desde el público, camino sin retorno al éxtasis de himnos imperecederos como «We Will rock you», «We are the Champions» o «Don’t stop me now» a los que el tiempo ni el manoseo comercial indiscriminado han sido capaces de quitar ni un ápice de grandeza cuando rompen las barreras del tiempo en el momento adecuado. Una noche para soñar, para recordar, para disfrutar. Para hacer fuerte la nostalgia y para quitarse el sombrero ante una banda como God Save The Queen que despliega un espectáculo al alcance de muy pocos, más aún cuando la empresa es tan complicada y arriesgada, como la de llevar a un público huérfano de sus ídolos, el cancionero de Queen. El Tío Pepe Festival se apunta otro tanto más, dentro de una organización impecable fruto de un trabajo concienzudo.
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