Le había perdido la pista al director alemán Wim Wenders desde hace casi una década. Tras su incursión en el documental sobre Sebastião Salgado (la sal de la tierra) y la bailarina y coreógrafa alemana Pina Bausch (Pina), su filmografía ha pasado bastante desapercibida. A sus casi 80 años, Wim Wenders tiene poco que demostrar. Lejos, muy lejos, queda su Cielo sobre Berlín (1987), París, Texas (1984) o El amigo americano (1977). El cine de Wenders ha sido siempre contemplativo, más que narrar una historia, Wenders deja que fluya en la pantalla. Un estilo de cine calmado basado en la contemplación. Su última película, Perfect days, es la muestra más evidente de esta manera de entender el cine.
Realmente, parece que no hya mucho que contar en Perfect Days. Estamos ante la historia de un limpiador de retretes públicos en Tokio que vive plácidamente con muy poco. No tiene grandes espectativas, se acepta cómo es y se siente féliz con lo que tiene. Le basta con leer libros que consigue por muy poco dinero, disfrutar de discos en viejas cintas de cassette y con fotografiar árboles (con carrete). Es un tipo culto y feliz. Y no hay mucho más que contar. Wenders hace una poética apología de vivir sosegadamente en la ciudad más caótica del mundo. Frente a la complejidad de las redes sociales el protagonista apuesta por la sencillez como forma de vida. Realmente el actor Koji Yakusho consigue transmitir esa actitud positiva ante la vida que posee su personaje. Además, tiene un gusto musical más que aceptable. Me gustó mucho el contraste que se plantea con las nuevas generaciones, parece que éstas han perdido el contacto con los objetos (cintas, libros, cámara) ya que ahora todo está en la red. Eso sí, me pareció que el retrato que se ofrece del joven compañero de trabajo del protagonista es demasiado caricaturesco. O eso quiero creer, espero que la juventud japonesa no sea tan estúpida como este personaje.
Estamos ante una película pausada y contemplativa, como el mismo protagonista. Todo tan sosegado que es posible que acabe resultando exasperante a algunos espectadores. Yo pasé un buen rato con esta lección filosófica tan simple como efectiva. No es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita. Un mensaje obvio que quizás hoy sea más necesario que nunca.
Dale al play, relájate y que se estrese otro intentando acaparar poder, dinero y bienes materiales que no le van a hacer feliz.
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