«La misteriosa sentencia, por inacabada y porque se desconoce su origen, Et in Arcadia ego», es un memento mori, una advertencia sobre la fugacidad de la vida. Que se tenga noticia, apareció por primera vez en un cuadro de Guercino en 1623…» –Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia. María Belmonte Barrenechea, 2015).
Y es precisamente esta obra de Guercino la que ilustra «Et in Arcadia ego», nuevo disco de Lares, lanzado este pasado 12 de abril vía Argonauta Records. A Lares los tratan de definir como una banda de Psychedelic black doom, posiblemente por tratar de dar nombre y apellidos a la amalgama de estilos que el grupo maneja de manera maestra a la hora de componer sus canciones. No seré yo quien quite méritos en la consecución de un nuevo apartado en el mundo de los estilos musicales, ni mucho menos. Nos encontramos con un trabajo capaz de navegar con naturalidad por distintos mares sin naufragar en el intento sobre todo cuando una vez que nos introducimos en su propio universo nos vemos arrastrados por una incesante marea de emociones.
27 minutos en la que nos abren las puertas del inframundo donde nuestras almas corren el riesgo de vivir atormentadas en el fuego eterno. Grandes dosis de oscuridad, atmósferas opresivas, fuerzas invisibles que atenazan tus nervios y los colocan en la cuerda floja de los pasajes áridos para de forma natural mutar hacia elementos progresivos y psicodélicos que se engloban sin problemas en las propuestas del Post Rock emparentándose con esa forma de entenderlo que tienen por ejemplo nuestros The Dry Mouths y volver a descender a los avernos evocando la crudeza del Black Metal. Quizás esa combinación innata, la manera de afrontar las atmósferas obsesivas desde distintas presencias y con la misma eficacia. Un muy buen disco de una banda a la que tener en cuenta y no perder la pista. Cierro este texto volviendo sobre «Et in Arcadia ego» y lo que escribió sobre ello el padre del Estructuralismo, Claude Leví-Strauss: «En buena gramática latina, esta fórmula no puede traducirse como «y yo también he vivido en Arcadia», tal como se hace habitualmente, sino –las personas cultivadas de la época lo sabían– «y yo también estoy aquí, existo, incluso en Arcadia». Así pues, es la calavera la que habla, para recordarnos que, incluso en la más feliz de las moradas, los hombres no escapan a su destino».
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