Una de las cosas, a nivel gastronómico, que han caracterizado a Sevilla desde siempre ha sido comer de tapas. Reuniones informales entre amigos que comparten diferentes platos de reducido tamaño. El problema es cuando la cantidad de alimento es mínimo o los platos no están bien cocinados, algo que, por desgracia sucede con más asiduidad de lo recomendable.
En la Taberna Coloniales nunca sucede eso. He visitado su local del centro en más de una ocasión y siempre me ha parecido un restaurante de cocina típica y honesta con su propuesta, bien de precio y en la calle Fernández y González, a un paso de la imponente Catedral de Sevilla.
Un restaurante de tres plantas, con varios salones reservados en sus pisos superiores y que se ubica en la antigua Taberna El Traga, todo un emblema de la ciudad hispalense. Suele llenarse siempre por lo que es recomendable reservar pero merece la pena si lo que uno quiere es empaparse de platos típicos, bien cocinados y con una relación calidad- precio inmejorable, más teniendo en cuenta su antológica ubicación.
En esta última visita en familia a los Coloniales decidimos que todos los platos los maridaríamos con Manzanilla de Sanlúcar. Así que con La Gitana mezclamos una muestra de sus entrantes, dejando las carnes para el final con alguna copa de tinto.
El ágape comenzaba con media ración de huevos de codorniz con jamón, servido con fondo de ensalada, reposando por encima una tosta de pan, con el jamón templado y coronando el huevo, con la yema no demasiado hecha. Tan simple como rico.
Similar, pero en nuestra opinión mejor, es el huevo de corral con cebolletas y jamón. Huevo frito campero presentado con sus “puntillas”, con el jamón también templado y un fondo dulce con la cebolleta. Un manjar a la altura de las mejores recetas de la “nouvelle cousine”.
Sus berenjenas rebozadas con miel de caña, a pesar de ser apropiación sevillana del original cordobés es otro plato que nos gusta. Punto justo de textura y crujiente, servido sobre una cama de ensalada y una mayonesa de acompañamiento.
Con pescado sólo comimos sus croquetas de bacalao, otro clásico del norte que en el sur funciona igual de bien. Se notan los trozos de pescado en una bechamel de término medio (ni líquida ni aglomerada) con un toque de nuez moscada. Nos gustan.
Y en cuanto a las carnes, nos dedicamos a probar dos cortes del cerdo ibérico como es la presa de paleta ibérica. Pieza de la pata delantera, perfecta de brasa, servida con una loncha de jamón y una cama de patatas panaderas. Reconfortante a más no poder.
Y de Sevilla en general, y de los Coloniales en particular, nunca nos iremos sin comer sus puntas de solomillo al whisky, también con base de patatas reposando por encima esa parte del cerdo ibérico con esa salsa tan buena, con predominio del ajo entero bañado en los licores y el caldo de ave o carne. Una de las grandes aportaciones de Sevilla a la gastronomía mundial. En la Taberna Coloniales lo “bordan” y es obligado degustar el plato. Pedimos media ración y la disfrutamos como siempre. Tanto que, por esta vez, no finalizamos con sus piononos, otra apropiación de otra región de Andalucía como es Granada. No tardaremos mucho en remediarlo.
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