Si pienso en fútbol, más allá de la definición de «la fiesta de los pueblos» o «la más importante de las cosas menos importantes», sólo puedo definirlo como orfandad. El fútbol, y no en general, el Logroñés, era parte de mi infancia, un pilar principal en mis primeros años, fuente de muchos sufrimientos, pero también de algunas de las alegrías más grandes que recuerdo.

No se puede entender, porque no es racional, pero veo la blanquirroja y se me hincha el pecho. Ponerme la camiseta con el 5, aunque haga un frío del carajo, lo siento como un privilegio, porque es el 5 de Noly, pero para mí es el de Herrero. El Trejo y Herrero son seguramente la mejor proyección de futuro que tenía de niño: gente humilde, ningún dechado de virtudes, feos, toscos… los iban a borrar del mapa a la primera, van a descender en enero… qué sí, qué sí, pero que un futuro campeón del mundo como Romario y un futuro cuarto como Stoichkov no mojaron en Las Gaunas, y allá a poco ganamos. Nos pusimos palmando 1-4 con el Madrid, y si llega a durar el partido diez minutos más, le damos la vuelta. ¡Vaya gol de Romero! Y Juanma de tacón.

Eso es lo que me pasa cuando pienso en fútbol: divago. Un montón de recuerdos cubiertos de polvo. Algo parecido a la sensación de Virgilio antes de escribir La Eneída. Cualquier tiempo pasado fue mejor, en este caso es literal. El fútbol riojano tenía una cantera prolífica, tenía a un mandamás, un tal Eguizábal —no he conocido a Negueruela ni a ningún predecesor— y, no me digas cómo, podía mantenerse en primera. Es cierto que no todo era vino y rosas, que hubo tensiones, que Eguizábal tenía sus cosillas con las pesetas… pero todo salió bien. No se nos daba bien la Copa, pero estuvimos a punto de pisar Europa. Me hubiera matado el remordimiento ver al Logroñés debutando en Europa y no recordarlo.

Pero todo se fue al carajo. Es cierto que Eguizábal desarmó el equipo en la temporada 94-95. Mucho canterano, todo vendido y nada que rascar. Ganamos dos partidos: 0-1 al Celta en Balaídos, gol de Juanjo, y 4-1 al Tenerife. No me hace falta buscarlo. No me acuerdo de cómo se llaman las figuras literarias o los tiempos verbales, pero esa colección de cromos la llevo tatuada en el alma. El día que se me olvide cómo se llamaba el portero titular ese año —Iñaki Vergara, qué lesión más mala—, me habrán ingresado en un sitio muy tranquilo.

Todos aquellos salvapatrias, que vinieron a llevar al club a cotas jamás vistas y ahora pierden el culo por borrar aquellas fotos se vanagloriaban de los éxitos venideros: presentaciones con Cañita Brava, las animadoras aquellas… El Logroñés era un equipo humilde, pero se quiso explotar ese lado pintoresco hasta convertirlo en una caricatura entre Los santos inocentes y Amanece, que no es poco. El equipo apareció en Primera con las cuentas a cero. Fichando a jovencitos con proyección como Cedrún y Rubén Sosa, marchamos al fango a todo correr —quién lo iba a sospechar—, y, a partir de ahí, todo un recorrido por el infierno de La divina comedia. Como ese poso pintoresco no se nos quitaba ni con salfumán, pues siempre era un buen momento para salir en las noticias con un chascarrillo simpático —que a mí me rompía el corazón—: vendido por un euro, Cutillas, Lacueva, Hortelano, el húngaro aquel de la página porno, el del lupanar, los jugadores con las bolas al aire en una revista, encierros por no cobrar…

Yo fui de los que pasó. Cuando miro atrás, me siento raro. Ese escudo y la blanquirroja siempre me representaron, tanto como una pasión puede representar a un humano, pero saber que el importe de mi abono terminaría en manos de algún chorizo de poca monta —y ojo que muchos no me podrían demandar, porque saben cómo es el maco por dentro, por robar— me hacía arder la sangre. Ver al que una vez llamaron matagigantes arrastrándose por campos de Tercera, con un pufo que no lo levantaba ni Varoufakis… me aparté. No podía salvar a la institución sin llenarle los bolsillos a estos malnacidos, y no podía soportar que mis propios jugadores tuvieran que dormir en sacos, en el suelo de una oficina sin calefacción, que explorasen cómo declararse en huelga… era demasiado para mí.

Y el Logroñés se murió. Bueno, muerto, muerto no. Anda en alguna cajonera polvorienta del juzgado, durmiendo el sueño de los justos. Y con él, mi vaga esperanza de ver un furgón policial lleno de esos proxenetas dinerarios de camino a la trena.

La cantera ya había sufrido un daño terrible. En La Rioja no había un referente ni cercano al fútbol profesional, y no se puede construir un equipo en condiciones sin cantera, de un día para otro. Era mi único pensamiento: futbolistas riojanos, en La Rioja. ¿Y si el próximo Beckembauer es de Pradejón?

Salieron dos propuestas: una popular, que iba a empezar a rodar desde Preferente, y otra privada, de un empresario que había comprado la plaza del Varea en Segunda B. Y me dejé llevar: en cinco años vamos a estar en Primera, con un equipo en lo más alto, la cantera se vuelve atractiva no sólo para jugadores riojanos, si no para los alrededores. Con las cicatrices aún sangrando, la ilusión de volver a ver la blanquirroja en el Sadar, en San Mamés… me cegó. Siempre seguí a los dos, nunca he cantado una sola palabra en contra de ninguno, y nunca lo haré. Puede que no esté de acuerdo con las decisiones de las directivas, que tal jugador o tal entrenador me caiga mejor o peor, pero los que están en la grada son, como mínimo, hermanos de infortunio. No podemos dejar que las nuevas generaciones se críen en una rivalidad absurda. Ante todo, respeto y colaboración, porque trabajamos en una empresa más grande que nosotros mismos.

Me hice socio de la UDL. Y pasaron cinco años. Y diez. Y quince. En este espacio de tiempo, con una buena colección de carnets de socio bien guardados, me he hartado. Nunca me he sentido valorado más allá de una vez al año para la campaña de socios. Con lo que costó subir, haber jugado un año en Segunda para bajar como se bajó… aparte de que en quince años no es que estás donde estabas, estás un pasito más atrás. Tanto caminar, tanta ilusión… y no estamos ni siquiera donde empezamos. Sólo me quedo —y me quedaré para siempre— con Cervero. Cervero es Herrero, pero con el 9. No le hace falta ponerse la camiseta para saber qué colores luce.

Este año, después de mil diatribas, me he decidido y me he hecho socio de la SDL —me gustaría ser socio de todos los equipos de La Rioja y del Celtic de Glasgow, pero mi tesorería no da ni con mucho—. La SDL tiene una cosa que me gusta: la cláusula anti Piterman. Que nunca tenga que volver la Federación a sancionarnos porque no se puede anunciar porno en la camiseta. Que no se vuelva a vender por un euro. Que no se vuelva a destripar la cantera. Que no volvamos a quedarnos huérfanos. Que no juguemos en el Chorriland Stadium. También tienen otro punto inamovible: gasto cero, pero cero, cero. Se paga con lo que hay en el bolsillo, ni un euro más.

Es cierto que me siento bastante más integrado, pero veo un problema de miras. Con el presupuesto más bajo de la categoría es muy difícil aspirar a mirar hacia arriba, pero tengo curiosidad por ver qué son capaces de hacer con un presupuesto nada más que en la media. Por eso, cada vez que oigo un gol de Soberón o veo a la Cultural de Llona echa un rodillo, se me escapa una sonrisa. La Rioja no es un erial futbolístico, a mi tierra la han drenado a base de desgracias. Intentan ser diferentes, pero la hedionda oleada económica que nos moja los pies provoca aberraciones como tener a decenas de jugadores riojanos desperdigados en las tres o cuatro primeras categorías del fútbol mientras el equipo riojano de más representación sólo tiene uno, y el equipo capitalino con más socios suma un puñado.

A ver, esto no es chovinismo: este equipo, como el antiguo Logroñés, tiene que afianzarse en la cantera, gente de aquí, o asimilada: Herrero, Dulce, Romero (venía del Xerez Industrial, pero lo nos dio años buenos), Fernando Marín (explícale lo que son los colores), Toño Jubera, Moreno, Roberto Matute… es cierto que un Polster o un Salenko te arreglaban el pasapán, pero la base del equipo era la cantera y lo que pescábamos por ahí (Iturrino, Lopetegui, Uribarrena, Villanova…)

Si hablamos de orfandad, y del aniversario de una muerte jurídica, lo primero que tengo que hacer es contrición. Nada de autoindulgencia. Soy un mal hijo, nunca me hice socio, fui a verlo lo que pude y siempre lo tenía en mis pensamientos, pero no le dije lo muchísimo que lo quería las veces que debí… ver a esa cuadrilla de piratas limpiarse el culo con él me debería haber puesto en huelga de hambre en una farola al lado de Las Gaunas, pero me callé y me resigné, por lo que los dioses del fútbol me castigaron, y me he vuelto un gafe en toda regla: si me nacionalizo brasileño viajero del tiempo, el Brasil de Pelé no iba a jugar ni al tute.

Así que, parafraseando a Galeano, que se veía como un mendigo del buen fútbol («Yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo, sombrero en mano, y en los estadios suplico una linda jugadita por amor de Dios. Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece»), yo voy a ser un mendigo de los buenos momentos. De Aimar berreando en el vestuario que tenemos que despejar todo, de aquellas palmadas en el pecho, de remontarle al Osasuna in extremis, de los goles de Manel, de la clase de Pedro Parada… me volveré un mendigo de poder repetir alguna de aquellas gestas y poder llorar mientras me beso el escudo con aquel CDL, pero, por una vez, poder llorar de alegría.

by: Teodoro Balmaseda

by: Teodoro Balmaseda

Escritor de ficción y crítico desde la admiración. Si te gustan mis reseñas, prueba 'Buscando oro' en tu librería o ebook.

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