Cuarto largometraje de esa “rara avis” cinematográfica que es Jonathan Glazer, director que consiguió epatar en el pasado con las extrañas propuestas que contenía “Sexy Beast”, “Reencarnación” y «Under the skin» que a pesar de ser estrenada en 2020 fue realizada en 2013. Así que diez años contemplan su última producción. Tiempo donde se ha dedicado a los anuncios publicitarios.
Unos comerciales que nada tienen que ver con la puesta en escena de esta “La zona de interés”, cinta que dice basarse en la novela de Martin Amis aunque ni su historia ni sus personajes tengan nada que ver con el libro, sólo su contexto en Auschwitz.
Ya desde el principio se nos sugiere que estamos ante algo diferente con una preludio musical con la pantalla en negro, con una música minimalista, con predominio vocal que recuerda a la banda sonora de “Under the skin”, donde Mica Levi emula a esas oberturas clásicas de películas anteriores como “Lawrence de Arabia”. Del negro pasamos al gris, una zona gris como la cinta homónima de Tim Blake Nelson que narraba el intento de fuga del mismo campo de exterminio por un grupo de Sonderkomando para pasar al color con un largo plano fijo general en una bucólica escapada a un río por parte de la familia del comandante de Auschwitz Rudolf Höss.
Y ese es el eje donde pivota el edificio de Glazer. La vida de supuesta normalidad de la familia Höss que en una casa anexa al infernal campo han construido una vida llena de comodidades que no desean perder. Los niños van a clase todos los días, la esposa trabaja su jardín y las mejoras del terreno, ayudada por un servicio doméstico contratado del pueblo y el marido va a trabajar en su horario laboral. Reciben visitas tanto de familiares y amigos como de contratistas que intentan hacer negocio optimizando y mejorando los crematorios. Esa “banalidad del mal” de la que nos hablaba Hannah Arendt, a raíz del juicio a Eichmann y que filmó Margarethe Von Trotta en el largometraje homónimo.
Un supuesto tedio vital acrecentado por los largos planos fijos generales donde lo único que se mueve son los personajes que practican sus rutinarias acciones y un guion que, en más de un momento, se vuelve incómodo. Sobre todo, por los fuera de campo donde vemos las chimeneas a pleno rendimiento, los edificios del campo anejos a la particular villa, los sonidos de gritos y disparos durante todo el día y las sombras de trenes y grupos de judíos que llegan a la entrada cuando los personajes pasean por los alrededores.
Lo que se cuenta exige al espectador aunque Glazer mantiene el tono, el ritmo es adecuado y la dirección espeluznante. Quizás es más problemática la edición, con algunas discutibles opciones, cortes abruptos, algunas imágenes en negativo y un final ambiguo. Un filme exigente, algo irregular pero interesante. Tan hierático como la interpretación de Cristian Friedel en contraposición a Sandra Hüller, cuyo año es fantástico con este trabajo y el de «Anatomía de una caída».
0 comentarios