Con motivo del centenario del nacimiento de José Saramago, Alfaguara reedita Viaje a Portugal en una preciosa publicación a la que añade una gran cantidad de fotografías que el propio Saramago realizó durante su viaje, muchas de ellas inéditas, junto a otras del fotógrafo Duarte Belo, como complemento gráfico del libro que ilustran los recodos de la ruta. Saramago se adentra en una ruta personal, describiendo paisaje y gentes, así como pensamientos y sensaciones. Más allá de la simple guía turística y de un informe de lugares visitados, el escritor portugués propone descubrir su tierra (si es que un viajante tiene tierra) a partir de las impresiones, dejando abierta la puerta a las conclusiones de cada viajero: “Demostrado queda que el viajero tiene derecho a sus imaginaciones” y donde siempre habrá un vocablo -el nombre de un río, un patrón, etc.- que se ría del patriotismo del viajero. Muestra la diferencia entre conocer y, más aún, comprender un país en su conjunto: desde sus gentes hasta sus paisajes. El recorrido por pueblos y la cultura portuguesa no cae en la nostalgia del turista y un viaje pasado e inocuo. Relatando la familiaridad perdida del viajero con el entorno que visita, en la época, no solo de los viajes, sino de la cultura low cost que asola estos tiempos y que alienta de manera obsesiva el defecto “del viajero: quiere que lo bueno tenga más de lo que ya tiene.”
Es posible que desde aquella década de 1980 hayan cambiado muchos de los pueblos, muchos de los personajes que “El Viajero” (Viaje A Portugal está narrado en tercera persona, dotando de una perspectiva distante a la obra) encuentra a su paso, no seguirán. El relato, como el trayecto, no es apresurado y se transmite en las líneas de la obra. En una ruta por momentos desordenada que como abre en el capítulo Aguardiente en Rio de Onor: “A veces empieza uno por lo que está más lejos.” Este itinerario, trazado desde Trás-os-Montes al Algarve o de Lisboa hasta el Alentejo, llevó al Premio Nobel a una crónica donde se entremezclan la crónica con los recuerdos y la memoria, se habla del presente, pero también del pasado de cada lugar.
No es una guía al más puro estilo Lonely Planet, donde engullir la información de los puntos básicos y turísticos del destino, sino que es un libro sobre un viaje que hay que transitar, quizás, por etapas, creciente y por descubrir. Como dice en su prólogo Claudio Magris: “Pero el viaje -en el mundo y sobre el mapa- es una especie de continuo prólogo, un prólogo a algo que está siempre por llegar y que se esconde detrás de las esquinas.” Por eso, sólo queda seguir los pasos vagabundos desde iglesias barrocas a cementerios locales, buscando alimentar la memoria errante por tierras lusas. La única pega, o más bien pena, que posiblemente si el lector quisiera reproducir alguna de las partes relatadas, sus personajes ya no se encuentren entre sus pasos.
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