En pleno centro de Madrid, cerca del Teatro de la Ópera, se encuentra este coqueto restaurante francés, pequeño y bien decorado. Uno de esos lugares donde disfrutar de la cocina gala y donde sus reducidas dimensiones se suplen con un servicio esmerado y unos puntos perfectos de cocinado. En buena parte se debe a que su chef es también su dueño.
Ya desde la entrada uno sabe que aquí se viene a comer bien, a disfrutar de una interesante velada. Raciones generosas, más que suficientes para saciar un apetito normal, con unas recetas tan tradicionales como bien elaboradas. Se nota el mimo con el que trabajan.
Con la primera cerveza, mientras elegíamos (Mahou cinco estrellas) nos ofrecieron como aperitivo una considerable porción de tapenade, con sus correspondientes tostas. El paté de aceituna negra tenía sabor y una adecuada textura junto con el crujiente de la tostada. Hay que decir que el pan, tanto en las tostas como el cortado es de calidad, cosa que se agradece.
Entre su no demasiado larga carta, sabíamos que íbamos a pedir carne como principal y entrante, por lo que elegimos tinto para maridar. Nos recomendaron el de la casa, un Rioja de Bodegas Lan, llamado D 12, un tempranillo crianza destacando en boca la fruta madura y un toque dulzón perfecto para acompañar salsas. Muy interesante.
La primera parte comenzaba con una de las especialidades de La Esquina del Real y todo un clásico de la cocina francesa como es el foie micuit, elaborada en la casa y donde se notaba a la perfección el sabor del hígado. Bien presentado con unas tostadas con pasas y unos puntos de reducción de vinagre y compota por si el comensal desea incluirlo en el bocado. No es necesario pues el punto graso del pato es lo predominante y a todo el amante del foie le encantará.
El siguiente plato era otro clásico como es el steak tartar, ese vampírico placer que aquí preparan al gusto (lo solicitamos picante) con una carne de vaca de buena calidad y bien aderezado con las alcaparras, la salsa perrins y el toque picante, servido “al desprecio”, dejándose de esas modas como son los moldes. Un tartar canónico ante el que hay que descubrirse. A la altura del foie.
En el capítulo de carnes, elegimos un ave como es la suprema de pintada asada, acompañada de un puré de patata con toque de mantequilla y unas verduras sobre un fondo de salsa de naranja que potenciaba el sabor de esta especie de gallina que aunque sea africana de origen es criada en la zona de Las Landas en el país vecino. Estaba buena pero nos gustó más las tranches de bouef grilled, unas cuantas lonchas de ternera bañadas en una suculenta salsa de colmenillas donde la potencia de la seta no tapaba el sabor de la carne. Una simbiosis perfecta que acompañamos con una guarnición de patatas, presentadas con su piel y que por su pequeño tamaño eran ideales para comer en un par de bocados. Como se puede ver en las fotos las raciones eran abundantes por lo que al acabar los principales estábamos saciados así que no pedimos postre pero por lo que vimos por otras mesas tenían un excelente aspecto aunque de haber tenido algo más de apetito supongo que hubiésemos elegido su tabla de quesos franceses. Lo dejaremos para otra ocasión porque el sitio lo merece.
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