A Chiquito Riz le contemplan más de cincuenta años de trayectoria, tres generaciones que ahora comanda en los fogones Daniel González Vila en este restaurante familiar en la calle Coslada, cerca de la Avenida de América de Madrid.

Un clásico de la capital que del producto y la cocina tradicional han hecho su bandera. Mariscos, pescados y carnes de gran calidad y acabados perfectos. Uno de esos locales donde comer bien está asegurado. Además cuenta con un servicio de sala veterano y experto con lo que la experiencia se acrecienta y es complicado salir decepcionado de su cómodo y amplio comedor.

Mientras esperábamos en la barra con una cerveza y unas olivas, cortesía de la casa, comprobábamos el numeroso público que se acercaba en un día de semana laborable. Ejecutivos de la zona y parejas que se dan cita para comer “de lujo”, nada de comidas para publicar en redes sociales, con intrincadas salsas y nombres posmodernos que en múltiples casos es un quiero y no puedo. Productos y cocinados mediocres pero presentados como si el epítome de la nueva cocina fuese. Chiquito Riz es el anti postureo encarnando lo glorioso de lo tradicional. Una cocina de mercado, mediterránea y honesta.

Mientras decidíamos que íbamos a comer y apurábamos la cerveza, aparece en mesa una tapa de sus aclamadas patatas ali oli, con una salsa espesa de gran sabor y enjundia. De esas que dan ganas de mojar pan (cosa que, por supuesto, hicimos).

A pesar de que las carnes son espectaculares decidimos que al ser cena nos decantaríamos por pescado, con algún entrante que siguiese ese hilo conductor marítimo. Con esas premisas el maridaje fue extremadamente simple pues hablando de peces y mariscos no dudamos en solicitar una botella de Mar de Frades, joya de la corona de la bodega del mismo nombre. Un Rías Baixas, monovarietal de Albariño que a pesar de su frescor y juventud proviene de cepas de más de veinte años. Todo el sabor del Atlántico y de la costa gallega en cada sorbo. Un acierto siempre.

Los entrantes consistieron en unas inenarrables almejas a la marinera, con el bivalvo gallego de gran sabor y tamaño, acompañado de una untuosa salsa nada harinosa y donde predominaba el recuerdo del caldo de pescado y marisco con el que se ha guisado. Una delicia por sí sola. Como acompañante sirven un círculo de arroz blanco, perfecto para que se impregne de la salsa marinera y comerlo al final.

También pedimos un tomate aliñado con sardinas ahumadas, con un fondo vegetal de ensalada, el tomate maduro y bien macerado por encima y como colofón unos buenos lomos del modesto pero delicioso pescado azul, con su conveniente punto de humo. Una conserva de calidad. Fresco y digestivo.

Como principales y por recomendación de la casa se pidió una merluza que habían traído ese mismo día de Burela, ese municipio de la provincia de Lugo célebre por su puerto. La sirven como el comensal elija y en casos de productos de esa calidad lo mejor es pedirla a la plancha y dejarse llevar por su enorme sabor. La sirven sobre una cama de patatas al horno y con unos pimientos también asados. No se puede objetar nada sobre algo así.

El otro segundo es una de las especialidades del Chiquito Riz como es la lubina del Cantábrico a la sal. Plato que llevan bordando décadas y que es imposible poner un pero. Un pescado de buen tamaño, para dos personas, que además preparan en mesa, quitando la costra de sal y sirviendo los lomos limpios en el plato. Una delicia y uno de sus principales más demandados.

Llegamos a pensar pedir de postre una carne pero al final elegimos terminar con algo dulce por la sugerencia de una torrija en pan brioche que pedimos que la flambearan, cosa que se procedió con un generoso chorro de orujo blanco. Además se sirve con una bola de helado de vainilla. Mismo sabor que acompaña al coulant de chocolate. Estaban ricos los dos pero nos quedamos con la torrija y el gran “sabor de boca» que deja un ágape en un restaurante tan honrado y donde hacen tan bien las cosas como Chiquito Riz. De hecho, estamos deseando volver.

by: Jose Luis Diez

by: Jose Luis Diez

Cinéfilo y cinéfago, lector voraz, amante del rock y la ópera y ensayista y documentalista con escaso éxito que intenta exorcizar sus demonios interiores en su blog personal el curioso observador

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