El síndrome del impostor es, muy resumido, el temor a ser descubierto como un fraude. Hace unos años que conozco a Ruth, Kalypso pero no la atlántide, de otros proyectos y, teniéndola delante, de síndrome nada. No es que Ruth sepa más que yo de música, es que me zurraría la badana hasta con una lobotomía frontal. Voy a destripar el disco de una menda que sabe mil veces más que yo, y se supone que mi opinión es la buena porque soy el que firma abajo. No suelo prodigarme en temas artísticos, pero la portada merece cuando menos una opinión. Se dice que cuando ves una cara en los faros de un coche, cuando parece que reconoces siluetas en las nubes, o en las sombras de los árboles es un reflejo de tu cerebro, que está tratando de poner orden en el caos, tratando de marcar el terreno y buscar referentes. La portada parece una de las gigantescas nebulosas de gas que pueblan los confines de la Vía Láctea. Yo veo cuatro entes oscuros, como los amiguitos de Saurom, emergiendo como si fueran a formar proto-sistemas solares, pero podría ser, por ejemplo, la nebulosa de cabeza de caballo.
Un, dos, tres… ¡Fire!
The mist. Vamos a empezar por mi desconocimiento casi total de las etiquetas. Stoner, acid, psichomotronic… para mí hay tres: rock, heavy y punk, y sus estados intermedios. La apuesta inicial de Greengoat es minimalista, austera. Acordes en acústico, una especie de punteo tirando de pedal, y Ruth tirando de timbal. Joder, esta tía es la batería que más jugo le he visto sacarle a un charles, pero no sólo tiene charles. La música no está hecha para destripar (sobre todo si eres un analfabeto musical que no distingue una redonda del agujero de un sacaminas), la música está concebida para transmitir sensaciones, y esta banda tiene rollo. Debajo de la guitarra, completando el sonido, un bajo poderoso está redefiniendo la atmosfera. Podría servir como odisea espacial, en un viaje lisérgico, pero también si fuera una historia de suspense. Una reinvención de Psicosis dirigida por Rob Zombie, un Frankenstein de Karloff mezclado con el Drácula de Gary Oldman, el que navegó océanos de tiempo. No transmiten una oscuridad que dé miedo, que eche para atrás: es una oscuridad seductora, que te va rodeando y absorbiendo poco a poco. Por buscar una referencia relativamente cercana en el tiempo: Bones of Minerva. ¿Te imaginas un concierto Greengoat – Bones of Minerva?
All the heavy riffin. Esto es otro rollo, menos punteo y más distorsión. Ruth tirando de plato, con el eje bombo-caja creando puro napalm. Correr mucho no quiere decir ser mejor. Si una batera, si un guitarrista, te hace cerrar los ojos y cabecear a medio tempo, es amor verdadero. Es como el comiendo de Ratas, de S.A., pero sólo el comienzo, antes de la primera estrofa, y tiene la fuerza del Smoke in the wáter, de los Deep Purple. Esta debería ser esa canción que, nada más sonar la primera nota, pondría en pie al respetable. He oído muchas veces a guitarristas hacer hablar a una guitarra: Satriani, Hammett en MetallicA, Peter Frampton… pero es la primera vez que oigo una guitarra mascullar en las cuerdas más graves. No la hace hablar, la está haciendo gruñir, pero con una perfecta dicción. Tienen un momento White Stripes a medio tema, cuando parece que el tándem guitarra-bajo y la batería hacen una especie de diálogo que termina en fusión, como si las cuerdas cantasen y los platos hicieran los coros, para convertirse en una especie de locomotora que mueve el mundo bajo sus pies en vez de avanzar.
Land of faith. Guitarreo Iomminesco. Tiene un aire a Alba, en su día Suevicha y hoy Dashara. Lento, medio tempo, ácido, áspero… una especie de War Pigs, pero sacado en un sótano oscuro, lleno de figuras de acción de las pelis de James Whale. Estaba pensando que iba a ser un instrumental, pero nou. Voz cortada, a lo Wild Road Rollers. Aceleran un poco, tirando una especie de punteo dinámico, y todo gana potencia. Ruth sabe como dar leña tirando de plato. El tramo de Burn! Burn! Burn! Es para llamar a Newsted, que era un crack en eso.
Glasstronaut. Nueve minutos de tema. Tiene cierta conexión con la portada. Es como si vieras a la banda emerger en mitad de una humareda, en un escenario casi a oscuras, con un punteo muy Kirk Hammett, un bajo que lleva el pulso, una guitarra rítmica que envuelve todo en un bucle tactiturno y una batería que, por fin, tira de charles. Cuando emerge el estribillo hay un espejismo a Nirvana en Pennyroyal Tea, cierto que más crudo, más áspero, pero esta mezcla tiene un poco de grunge, entre otras cosas, porque si la guitarra distorsionada inmediatamente después, antes de volver al acorde inicial, no es Black Sabbath reconcebido, me meto a cura. Mientras las voces vocean el estribillo, la sala de máquinas se ha convertido en una amalgama trenzada a base de platos grandes, bombo-caja, trallazo a las cuerdas y distorsión que parece sincronizarse con la velocidad de mi pensamiento, con los latidos de mi corazón o con los espasmos de mi páncreas. No sé cómo, pero esto conecta. Te cambia el pulso, te hace ver en blanco y negro y te hace pensar en las miles de posibilidades que podrían explotarse para sacar un videoclip, un videolyric o cualquier cosa audiovisual relacionada con lo que es capaz de producir esta gente. Imagina una saga como Haloween, como Viernes 13, la última barbaridad de David Lynch… hasta yo podría escribir un guion guapo con esto sonando de fondo.
Repito: la música no sólo tiene su valor intrínseco, hay que valorar también su capacidad de inspirar, y Greengoat va a ser parada obligatoria para este juntaletras cuando quiera sacar un relato un poco perturbador, algo oscuro.
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