Sam Mendes siempre nos ha parecido un director irregular aunque bien es cierto que ha tenido un enorme prestigio desde su primera cinta, la algo sobrevalorada “American beauty”. Desde entonces alterna trabajos mayores como “Camino a la perdición”, «1917» o “Skyfall”, buenas películas como «Revolutionary road», más modestas como “Jarhead” o “Un lugar donde quedarse” y productos fallidos como “Spectre”. Una filmografía que salvo en los Bondse basa en la frustración y los múltiples problemas en parejas insatisfechas.
“El imperio de la luz” ahonda en ese tema con el trasfondo de un cine en la costa sur británica en los convulsos años ochenta. Un amor imposible entre una solitaria empleada con problemas mentales y el nuevo taquillero, un joven negro en un momento donde el racismo cada vez es más imperante en Inglaterra. De hecho, los apuntes con los skinheads es de lo más interesante y destacable de un largometraje que no termina de despegar en ningún momento.
Quizás su gran problema esté en el guion pues Mendes intenta contar demasiadas cosas en dos horas. Hay múltiples aristas que no terminan de encajar bien. Por un lado tenemos el amor imposible, por otro el racismo, la soledad de los personajes con su frustración vital, unos ricos que aprovechan su superioridad, bien sea el jefe que se aprovecha sexualmente de su limitada trabajadora o como se esboza la política de Margaret Thatcher que fomenta la xenofobia y todo esto en una atmósfera de pasión por el cine donde aparecen títulos importantes de los estrenos de aquellos años como “Carros de fuego”, “Granujas a todo ritmo” o “Bienvenido Mr. Chance” y que queda plasmado en el personaje del proyeccionista que interpreta Toby Jones aunque sin la magia que poseía el de Philip Noiret en “Cinema Paradiso”, con quien comparte ese tono nostálgico del pasado glorioso de las grandes salas de cine, con sus cortinas tapando la pantalla, las numerosas localidades y ese encanto que uno sentía desde que compraba la entrada y accedía a esos enormes vestíbulos, algo que reflejó a la perfección Woody Allen en ”Días de radio” cuando el niño pisa por primera vez un cine de Broadway.
Recuerdos que evoca el séptimo arte como educación sentimental que bebe de la maravillosa película de Giuseppe Tornatore o de “Splendor” de Ettore Scola, por citar otro título italiano pero que también hemos visto este año en la genial «Los Fabelman» de Spielberg (seguimos sin explicarnos como se puede valorar mejor a la infinitamente menor “Todo a la vez en todas partes” que a este delicado y precioso canto al cine). Comparado con estas “El imperio de la luz” es bastante menor pues erra en contar demasiadas cosas y le falta la emoción de los filmes antes citados.
Aunque la factura técnica es sobresaliente, con una ambientación perfecta tanto de la pequeña ciudad costera, de la sala donde suceden la mayoría de los datos importantes como reflejando esa época. Así la fotografía de Roger Deakins es portentosa, con algunos momentos preciosos como los fuegos artificiales en la azotea del Lido, el final con la emocionada protagonista viendo sola “Bienvenido Mr. Chance” (otro guiño a “Cinema Paradiso”) o las conversaciones alrededor del paseo marítimo, junto a una conveniente banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross. Tampoco es desdeñable el reparto capitaneado por la colosal Olivia Colman, eldescubrimiento de Micheal Ward y unos secundarios competentes donde destacan Toby Jones o Colin Firth.
Es una pena que “El imperio de la luz” no termine de “despegar” y se quede en un bonito envoltorio sin capacidad para emocionar pues estos tratados que juegan con la metáfora de comparar el cine con la vida siempre suelen dar grandes resultados. Y Sam Mendes se queda a medio camino en todo, resultando más mediocre que excelso.
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