El cine de Darren Aronofsky siempre ha sido excesivo, desde su “opera prima” “Pi”, un experimento en blanco y negro que le emparentó con David Lynch. Personajes con débil estabilidad mental que se convertían en anti héroes, desde los drogadictos de “Requiem por un sueño”, la bailarina de “Cisne negro”, el patriarca de “Noé” o la superada Madre Tierra en esa metáfora sobre la creación que es «Madre», su último filme hasta la fecha.
Con “La ballena” sigue aumentando ese catálogo de desdichados en un triste ensayo sobre la soledad, con otro tipo que intenta una redención improbable. En este caso, tenemos a un profesor con obesidad mórbida que en sus últimos momentos de vida intenta reconectar con su problemática hija, a la que apenas ha visto en unos años donde, por una catástrofe personal, ha decidido acabar con su vida, como aquel alcohólico que encarnaba Nicolas Cage en “Leaving Las Vegas”. Él no se quiere matar bebiendo sino engordando, sintiéndose identificado con el “Moby Dick” de Melville, en otra analogía que pone los “pelos de punta”. Una de las “marcas de la casa” del cine de Aronofsky que aquí evita su “realismo mágico” (aunque también hay una parte, sobre todo al final) centrándose en una narrativa más lineal, adaptando la obra de teatro de Samuel D. Hunter quien también escribe el guion para reflejar su largometraje en un único escenario, como también sucedía con ese excelente retrato sobre la enfermedad que fue «El padre» de Florian Zeller, aprovechando las menores posibilidades de ambientar su cinta en pocas habitaciones aunque, es cierto, que abarata los costes de producción.
Algo que también han debido pensar los de A24, acostumbrados a largometrajes arriesgados y de buena factura formal. La puesta en escena de Aronofsky es correcta pero sin la brillantez de otras ocasiones, centrándose más en los actores, sobresalientes todos, desde Sadie Fink, cada vez más al alza desde “Stranger things”, una inconmensurable Hong Chau (justísima nominación al Oscar), bien Ty Simpkins y Samantha Morton en su corta aparición e inconmensurable Brendan Fraser que en un año de buenas interpretaciones destaca sobremanera. Una alegría comprobar que por fin despliega todo el potencial que se le intuía en el pasado. Un pasado que quedo lastrado por un tipo de películas comerciales que no ayudaron a demostrar la enorme capacidad y recursos que tiene el actor estadounidense. Él es media historia y la principal razón para ver “La ballena”, ese vehículo pesimista y algo sensiblero que ha creado Darren Aronofsky.
Ese es el principal debe del filme, pues algunos pasajes parecen creados para provocarnos la lágrima y que las emociones sobresalgan aunque jalonado de esos puntos contra la religión que suelen aparecer por su filmografía y con una dirección más académica que lo que solemos estar acostumbrados. Aun con todo, un título que tendrá múltiples seguidores en el futuro y que nos devuelve a uno de los nombres más reconocidos en el séptimo arte contemporáneo.
0 comentarios