Ahora que se acerca el invierno nada mejor que desplazarnos a una zona montañosa como es el Puerto de Navacerrada, linde entre la Comunidad de Madrid y la provincia de Segovia. Un extraordinario enclave tanto para esquiar cuando la nieve hace su aparición como para recorrer alguna de las múltiples rutas senderistas el resto del año. Así que tras dejar el coche en el aparcamiento y caminar en plena naturaleza por los alrededores del Camino Schmid, acudimos con el apetito despertado al Hotel- Restaurante Pasadoiro, a los pies de una de las pistas principales.
Nos sorprende su terraza interior, un agradable lugar donde disfrutar de un aperitivo “de altura” donde degustamos una ración de queso y unos competentes torreznos acompañados de las primeras cervezas. Espacio alegre y bullicioso donde muchos aprovechaban para comer bien de forma más informal modo pincho de tortilla o huevos fritos con patatas y choricitos o tomar las primeras consumiciones como, en mi caso, al formar parte de un grupo. Al ser este numeroso habíamos reservado y nos ofrecieron uno de sus salones interiores. Estancia amplia, de decoración rústica y sencilla, integrada a la perfección en el ecosistema de una estación de esquí.
Servicio atento y esmerado, con buena organización en sala y en cocina pues, a pesar de ser bastante gente, respetaron los tiempos entre plato y plato, no teniendo ningún comensal que esperara nada para empezar a degustar su comanda. Detalles que se agradecen y que muestran las ganas de trabajar y de hacer bien las cosas para que el cliente se sienta a gusto.
En cuanto a la gastronomía el Pasadoiro se inclina más por la cocina castellana que por la madrileña, así que siempre es un acierto ir a los clásicos de la cocina segoviana, preparados a la forma tradicional. Platos calóricos, ricos e invernales que calientan el estómago y con los que se puede disfrutar de la sapiencia que les otorga haberlos preparados en múltiples oportunidades.
Comenzamos el ágape con la sopa castellana, con su ajo, huevo, pan y el toque perfecto de pimentón. Preparada de forma canónica, de sabor contundente y de la que nada malo podemos decir. Lo importante en este rico reconstituyente es el caldo y el del Pasadoiro es magnífico, predominando la carne y el jamón. La verdad es que disfrutamos el entrante, servido en cuenco de barro.
Y si clásica es la sopa, no menos lo son los judiones, acompañados de chorizo y oreja. Estaban buenos pero echamos en falta una salsa más espesa y algo más de carne. Eso sí, acertadísima la textura de la legumbre pues todas estaban enteras, por fuera sólida y tiernas, a más no poder, en el interior. Para maridar estos primeros, presentados en formato reducido a modo de degustación, y el principal nos ofrecieron un Rioja joven de nombre Viña Grandeza, un tempranillo con el que pudimos aligerar la carga calórica de tan contundentes manjares.
Ya que el segundo se trataba de un cochinillo al horno (que hay que solicitar por encargo). A pesar de que el restaurante no posee horno de leña, el punto de asado era el óptimo, con su crujiente capa posterior, dejando el interior tierno y de pleno sabor. Además tienen el detalle de ofrecer más salsa por si a alguien le resulta algo seco. Nuestro pedazo era gloria en el paladar y disfrutamos cada bocado. Un trozo de Segovia en la boca, con la acertada compañía de unas patatas fritas. Por supuesto, caseras.
Tras tan contundente pitanza rematamos la faena con un flan de huevo como postre y un chupito de cortesía. En este caso, un orujo blanco, que agradecimos ya que en la actualidad se ha suprimido por otros licores en multitud de barras, que sirvió de digestivo y de colofón a lo ofrecido a un restaurante honesto y con solera como es el del Hotel Pasadoiro.
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