Había mariposas en los estómagos. El público esperaba con ansia al posiblemente el mejor poeta músico de la historia de la música española. Un público entregado desde el principio estallaba en chispas bonitas de felicidad cuando comenzó la primera canción del concierto, una de las más coreadas: Insurrección.
Todos saltando y cantándola de memoria coreábamos a un grupo de músicos excepcionales que se dieron cita sobre las nueve y media en el Pabellón Príncipe Felipe de Zaragoza. Había ganas de fiesta después de tanto tiempo de pandemia. Parecía imposible que volviésemos a estar juntos para celebrar lo que se vino a celebrar aquí: la libertad.
Manolo tuvo algunas palabras de crítica hacia estos tiempos que vivimos actualmente. Cuántos noticieros extraños nos envuelven últimamente. Telediarios que nos adiestran para juzgar rápido y olvidar aún más rápido. Telediarios que nos proponen los linchamientos fáciles, sin preguntarnos el porqué. Ni tampoco el porqué, de los porqués.
Pero esta noche estábamos unidos para rasgar ese velo gris profundo que nos rodea en la vida cotidiana. Y nos servimos de las canciones de Manolo García para respirar su aire fresco. Unas canciones que son como ríos. Como los verdaderos ríos de España. Deberían los niños aprender en los colegios estos ríos navegables en los que perderse y encontrarse.
Porque la poesía de Manolo García no es solo suya. Es la poesía de todos los que estábamos ahí para escucharle y cantar y bailar sin parar durante todo el concierto.
Sonaron canciones con ritmos diferentes a los habituales. Reggae, rumba, rock, blues. Una auténtica demostración de maestría por parte de los tres enormes guitarristas que acompañaban al poeta barcelonés, que junto a un adornado escenario que demostraba las aptitudes pictóricas de nuestro artista, formaban un conjunto armonioso y coloreado.
La gente escuchaba con atención las melodías más nuevas, y se desgañitaba con las más conocidas. Unas canciones que han hecho historia y quedarán colgadas del cielo para siempre, para que cuando no sepamos nombrar esa atmósfera que los poderosos nos hacen padecer de continuo, podamos iluminar nuestro camino y sepamos distanciarnos para vivir en armonía con nosotros mismos, y así, aportar algo positivo a este triste mundo que da vueltas sin parar.
Nadie quería que Manolo se marchara, y por eso cantó unas cinco o seis canciones más, terminado con la primera del evento, Insurrección, pero esta vez cantada por todo el público al unísono, acompañado suavemente por la tranquila melodía ejecutada por estos virtuosos.
Como bien dijo él: «estos momentos son la hostia». Son estos momentos los que hacen que el artista persiga sus sueños, que son los nuestros también. Esos momentos en los que el espíritu se muestra y florece. Y por un ratico hay luz en la vida, unos potentes fogonazos que nos asientan en el día a día. Gracias Manolo por tanto tiempo, por tanta luz.
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