Ry Cooder y Taj Mahal son unos viejos “compadres”. Juntos en 1965 formaron un grupo tan efímero como visionario; The Rising Son. Allí se mezclaban folk, blues de tintes caribeños afines a ambos. Luego, cada uno tomó su camino hacia la misma meta, explorar las múltiples descendencias del Blues. Cada uno con una discografía excepcional en donde se han cruzado la música africana, así como el son cubano. Ambos músicos han construido una carrera sólida y llana de matices de la que pocos pueden presumir.
Ahora vuelven a reunirse, cómo no, para seguir con su exploración arqueológica del Blues de Sonny Terry y Brownie McGhee. Un disco que graban en unos pocos días en los estudios del hijo de Ry. Fue a Cooder, a quien se le ocurrió la idea del álbum, ya que comenzó a escuchar a Terry y McGhee cuando era un niño de 12 años. Él ya tocaba la guitarra. Muchos jóvenes fanáticos del folk y el blues como Mahal y Cooder estaban inspirados por los discos y los conciertos de Terry y McGhee.
La vida de Terry y McGhee no fue un camino de rosas, así como para muchos afroamericanos en aquellos tiempos. Además de ser negros y pobres en el sur, tenían discapacidades físicas. Terry perdió la vista cuando tenía 16 años y McGhee contrajo polio cuando era niño, dejándolo con una pierna más corta que la otra. Pero la vida o Dios, para los creyentes, a veces otorga alguna compensación, y a ellos la buena fortuna les cayó en forma de ser unos virtuosos con sus instrumentos. Se convirtieron en socios musicales en 1939, algo que duró más de 45 años. Se especializaron en el blues de Piedmont, un estilo acústico que lleva el nombre de la región de Piedmont, y que combina gospel, melodías con violín, blues tradicional, country y ragtime. No es de extrañar que cautivara a Taj y Ry, que ya de niños eran unos músicos de miras amplias.
Taj y Cooder no se mantienen en la estructura de aquel dúo de Blues, aquí entran más en un blues catártico de groove hipnótico, donde la slide guitar y el banjo toman el protagonismo a partes iguales, a semejanza de sus voces. Un disco que es como una misa en una iglesia de madera del viejo sur de estados unidos. Sobre los temas sobrevuela una sensación de “good feeling” y de no estar atados a ninguna regla, salvo la de hacer lo que más aman, tocar Blues lleno de matices. Su homenaje a unos músicos que les guiaron por la senda a seguir es algo bonito y fiel a sus principios. Hasta en el detalle de la portada, en blanco y negro con las fotos y el texto como se solía hacer en la época. En definitiva, un trabajo que cualquier amante de blues debería por lo menos prestar atención. Taj y Cooder ofrecen un homenaje y no un intento purista de replicar la música de aquellos héroes de juventud que ambos tanto amaban.
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