La primera temporada logró alzarse con los Globos de Oro como mejor comedia y actor, manteniendo el alto nivel con la segunda. En esta tercera “El método Kominsky” se reinventa pero ofreciendo, de nuevo, una comedia dramática de interés y políticamente incorrecta en estos tiempos que corren donde la vejez es algo que eliminar de la pantalla, supeditando todo a la lozanía y juventud, cosa de la que se llevan quejando múltiples intérpretes, sobre todo actrices, ya que al cumplir más de cuarenta años pierden buena parte de sus papeles, sustituidas por otras más jóvenes e igual de bellas, en un círculo vital donde también sustituyeron a la anterior generación.
En esta tercera entrega, los episodios siguen durando una escasa media hora pero se acorta la duración, ya que pasamos de ocho a seis, comenzando con algo impactante pues el inicio es el funeral de su amigo y confidente Norman. Algo peligroso el eliminar a una de sus estrellas, como es Alan Arkin, pero Chuck Lorre logra solventar el grave problema con buena dosis de ingenio y ofreciendo una visión sobre el duelo y como superarlo de gran agudeza y talento. Además jugando con dos tramas secundarias divertidas (la boda de su hija y los problemas con la herencia de Norman) y alguna un tanto bochornosa, como la de la vecina rusa, más propia de una comedia descerebrada adolescente. A pesar de los pequeños altibajos el tono medio es notable y merced a su ritmo y buen hacer es perfecta para verla del tirón, pues el espectador sólo necesita un poco menos de tres horas de su tiempo para completarla.
Con la eliminación de Alan Arkin, Michael Douglas pasa a ser el único eje vertebrador, otorgando más protagonismo a Sarah Baker y Paul Reiser y con la aparición especial de la otrora “sex symbol” Kathleen Turner, en una especie de remedo femenino del irónico y “cascarrabias” agente Norman. Como alivios cómicos tenemos a Lisa Edelstein y Haley Joel Osment como la hija drogadicta y el nieto líder de la cienciología, en busca del patrimonio del finado, cuyo albacea es Sandy Kominsky. En el capítulo de colaboraciones estelares tenemos la divertida de Morgan Freeman, cuya primera imagen en trabajando en una serie de médico no binario hablando con la jerga inclusiva posmoderna, y la más sentimental de Barry Levinson que desemboca en un final que huele a despedida pero que deja abierta la puerta a una continuación.
Chuck Lorre ha conseguido que los defectos sean disculpables, demostrando la calidad que atesora quien ha perpetrado éxitos del calado de “Dos hombres y medio” o “Big Bang theory”, alternando en la actualidad el “spin off” “El joven Sheldon” y la que nos ocupa. Uno de los nombres mayúsculos en la televisión que por norma general crea comedias de alto nivel. Y más “El método Kominsky” que juega con la desventaja de no poseer risas enlatadas (lo cual agradecemos muchos) y tratar un tema incómodo como es la vejez. En esta tercera temporada hay menos bromas sobre los achaques de la edad, las enfermedades y ese punto de escatología que poseían la anteriores entregas (a pesar de un hilarante momento con una lesión de espalda tras una cópula con una mujer mucho más joven) para centrarse más en la idea de la muerte y el duelo y como afrontar las herencias, lo que hace que no nos fiemos de nadie, ya que ese dinero nos vuelve codiciosos y en muchos casos caprichosos y temerarios. De hecho, siempre he pensado que una millonada puede hacer infeliz si no se sabe gestionar. Todos los que no somos ricos pensaremos que lo primero que haríamos si ganásemos el mayor premio de la lotería sería ayudar a nuestros familiares, ya que el dinero nos sobra, sin reparar que podríamos empezar a crear una pléyade de mantenidos que se enfadarán si en algún momento les decimos que no, por lo que esa red clientelar la tendremos de por vida. Sistema paternalista similar al de ciertos gobiernos con las ayudas económicas a sus súbditos a cambio de votos. Esto no lo cuenta “El método Kominsky” pero había que escribirlo.
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