No soy periodista, ni musicólogo, ni músico, ni nada de nada. La parte mala es que no entiendo un carajo de semicorcheas, acordes o quintas, pero la parte buena es que puedo hacer lo que me da la gana. Puedo hablar de filosofía, de política, de literatura o de porno checo. Como escritor —al menos en mi caso—, mi trabajo es introspectivo, fatigoso y solitario, es poner un millón de granos de arena en línea recta. Un estornudo y estás perdido. Cuando veo a las bandas, más allá del tema artístico, de objetivos del proyecto, etc., que también tienen su aquel, me llama la atención que nunca se pone en primer plano la convivencia. Decía Rosendo: Un grupo de rock son tres, cuatro, cinco amigos mirándose a los ojos, compartiendo energía, tirando para adelante. Lo demás es… hojarasca. Eterno debate: ¿cambios de formación o disolución de bandas? Al final llego al relativismo. Cuando conocí a Santos, allí por 2018, reseñé Cuatro almas, de 2017, lo componían cinco músicos de los que a día de hoy sólo queda él. Una estampida, más o menos amistosa —corazón no toco, me da igual—, que ha exigido una renovación hasta el tuétano en la banda. ¿Sabéis qué? Cualquiera se hubiera rendido, hubiera empezado de cero… pero este cabezota a rearmado el proyecto con sangre nueva y ha seguido adelante, con un EP que me acaba de caer entre las manos. Pues ole sus huevos toreros. Gustará más o menos —eso es subjetivo—, pero es una lección de perseverancia. Un, dos, tres… ¡Santos!

 

 

La isla de los sueños. A poco no la encuentro. Suffer Unto Me, de la banda Avenue F. tema más conocido por ser el que usaba Mike Bennett en ROH (si no te mola el wrestling pasa estas dos líneas y busca la cancioncita en YouTube). Si no te gusta el wrestling, prueba con Tattoo, de Rammstein. La intro tiene un rollo parecido, y recuerda bastante, hasta que entran el resto de instrumentos. La batería tiene un sinfín de platos, en esa especie de redoble al final de cada estrofa. En la sala de máquinas se nota que la base es la guitarra. Es como si se hubiera compuesto con la guitarra eléctrica, con un sonido de la vieja escuela (Judas Priest, Black Sabbath…), y el resto de sonidos se fueran acoplando. En el puente, justo antes del solo, me estoy acordando de Kai Hansen, la metralla que metían los Helloween en Future World.

Fuerza y valor. Es una mezcla entre el primer heavy metal con unos toques del Hit the lights, de unos MetallicA con espinillas. Al entrar el tema en harina, tiene un tempo más lento que los de San Francisco. Los coros del estribillo hacen una labor necesaria, y es que se abre un pequeño cisma entre la parte vocal y la instrumental (será algo técnico, o mi oreja que anda de aquella manera, pero es como si el espectro sonoro no se llenase del todo, como tener un pixel muerto en medio de una pantalla, es pequeño, pero se nota). Un solo a lo Satriani, y volvemos a ese riff inicial que suena a heavy y a trash en la misma medida, retomando estrofas. Los coros en puente y estribillo siguen siendo imprescindibles.

 

 

Siempre. ¡Doble bombo y destrucción, madfackas! A ese bajo hay que subirle treinta decibelios mínimo —si no te sangran los ojos, no lo estás haciendo bien—. Combinan la metralla de la sala de máquinas con un punteíto. Las guitarras rítmica y solista se combinan bien antes de entrar las estrofas, donde empiezan a sonar al inicio de Am I Evil? de los MetallicA (no a la canción en sí, al inicio, al intro).

Fondo abismal. A ver, que me he criado con MetallicA, pues el burro no es de donde nace, es de donde pace. Esta guitarrita suena cosa guapa a The call of Ktulu. Ya de paso momento cultural: está basado en una obra de Lovecraft, autor que, si saltas el trasfondo racista y te centras en el terror, mola mucho (aunque Matheson mola más). A leer, venga. De vuelta a la canción, en las estrofas me estoy acordando a ratos de System of a Down. Vale que se parecen un carajo, pero centrándonos sólo en las guitarras, recuerda un poco. Hablamos de un tema jodido, es fácil hablar de demonios, vampiros y seres del averno, pero esto habla del drama más jodido de nuestra época. ¿Nunca has pensado como pudo suceder algo como Auschwitz​? En unos años nos echaremos las manos a la cabeza cuando alguien calcule las miles de vidas —perfectamente evitables— que se ha llevado el mar de desgraciados que iban buscando una prosperidad.

 

 

Veintidós minutos de música. No es una continuación, es una resurrección, una reactivación, casi como si empezasen de cero. Primero de todo, hay que tener valor para seguir adelante con el viento en contra y rearmando la banda por el camino, y precisamente por eso, porque, como cantan Ayudame, necesito respirar, vamos a darles tiempo. A que encajen los nuevos miembros, a que compongan nuevas canciones en comandita, a que se suelten en directo, a que guitarras y voces se acoplen con los coros… En pocas palabras, Santos puede mejorar como banda, pero tiene un mérito tremendo y hay que darles chance. Han construido algo con músicos nuevos en medio de una pandemia donde —imagino— que no han podido ensayar. No es lo que vale la banda en sí a día de hoy, encima de la báscula, es lo que pueden construir.

Para los de la vieja escuela, enlaces de la banda.

Youtube: https://www.youtube.com/channel/UCFcGy7IJVY6TIA_dU2bxnlA

Facebook: https://es-es.facebook.com/Santos-Rock-Band-209101782781590/

Mail: Santosrockband@gmail.com

 

Santos – La Isla de los Sueños

by: Teodoro Balmaseda

by: Teodoro Balmaseda

Escritor de ficción y crítico desde la admiración. Si te gustan mis reseñas, prueba 'Buscando oro' en tu librería o ebook.

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