De vez en cuando lo digo, pero nunca es suficiente: el alma del rock, más aún en los tiempos que corren, son los zumbados. Locos como el siempre infravalorado Pedro Barroso, de Feedback Rock, enciclopedia rockera andante, que fue quien me ha presentado varios discazos con los que me estoy deleitando. Pirados como Begoña Urmeneta, fuente incansable de energía, que además la contagia a todo el que pasa a menos de cien metros (¿Quién me iba a decir a mí que iba a tener una sección semanal en una radio?), Elros Alcarín, un fuera de serie, Charlie Rock&roll, un entusiasta, mi “co” Santi Pekeño Ternasko, un demiurgo, Mercedes, desde Alemania con Mixtape, Rubén, de la Cantera musical, que se ha echado el programa a las espaldas, Carlos Tizón, Ángel Ferrer y todos mis compañeros de armas en rockthebestmusic.com… Lo digo bien claro: las radios y el resto de medios no son —somos— nada, pero sin pirados como los que acabo de enumerar hace unas líneas —y los que me dejo en el tintero, los músicos tampoco serían nada. Homenaje a Pedro Barroso por presentarme a Kartzarot, pero sirva como sentido aplauso a todos los lunáticos que siguen tirando como locos, respondan las descargas y la audiencia, o no. Un, dos, tres… ¡Kartzarot!
Lehertzeko Zorian. Houston, tenemos un problema. No me vale con poner un poco la oreja y transcribir alguna cosilla. Yo de euskera… Hori da, mila esker, y poco más, así que tenemos un reto por delante. Empieza como el didgeridoo de los maoríes llamando a la batalla para llamar a un par de guitarras punteando al unísono. Metal de la vieja escuela, que estalla en un punteo en toda regla, por encima de una guitarra rítmica engarzada con una batería poderosa. En cuanto han entrado las voces he tenido una visión: Aitor Gorosabel. Me acuerdo en una de esas madrugadas aburridas que en ETB pusieron un directo de una banda que no conocía de nada. Al frente, un guitarrista —por aquel entonces— coletudo, con unos brazos de aizkolari que hacía parecer de juguete su guitarra y con un doble bombo que me mató en Geroaren hazi heziak. Vale que estilísticamente Kartzarot y Su Ta Gar no tienen mucho que ver, pero el timbre de voz recuerda un poco, sobre todo en los coros. Merece muchísimo la pena pillar el libreto y leerse la letra. Cuentan la historia de un voluntario para viajar a Marte, y por qué nuestro planeta va a irse (si no se ha ido ya) a la mierda.
Ametsak Izoztu. En cuanto empiezan, con ese punteo, estoy pensando en Alice Cooper. ¿Qué tendrá que ver? No sé, pero estos cinco consiguen ser contundentes sin correr. Viendo la letra, he perfilado esa idea muchas veces en mis relatos y en mis libros: somos la primera generación de eternos adolescentes. La generación de mis padres a los 36 palos, ya eran señoras y señores, con la vida hecha (o en el camino). Yo, a mis 36, sigo siendo un chaval. No por mi irresistible atractivo físico, que también, sino por las circunstancias. Olvídate de piso, de curro estable. Empresas fugaces, precariedad total, alquileres disparados, hipotecas inaccesibles. Creo que nos vamos a pasar toda la puta vida viviendo como si tuviéramos los dieciocho recién cumplidos. ¡Lan Baldintza Duinak! ¡Cojones ya!
Gure Heroiak. Un doble bombo apoteósico, junto con la similitud de voces, aún estoy pensando en Su ta Gar. Aparte de eso, tienen cierto aire en los riff a S.A. A ver, tampoco estoy inventando la rueda. Cantando en euskera, guitarras afiladas y batería potente… a Pignoise no suenan, no. El fútbol es algo que se siente, o no se siente, pero no se explica. Lo curioso es que me genera una empatía instantánea. Yo con el Athletic, nada a favor ni en contra —más allá de que el Logroñés de mis entretelas no es blanquirrojo por casualidad—, pero cuando alguien pone una narración de un gol, es inevitable quedarse en silencio y sonreír, cuando no imitar el bramido. Son sólo veintidós fulanos en calzones corriendo detrás de un balón, pero cuando Dinamarca ganó la Euro del 92, el mayor recibimiento desde la liberación después de la ocupación nazi. Es sólo una pelotita, pero puede hacer muy feliz a mucha gente en poco tiempo. Bastante jodida es la vida ya como para criticar algo que nos haga vibrar. Eso sí, un mojón para el fútbol moderno, convertido en negocio.
Ohostutako Oroitzapenak. Se parece a Grana y oro, de los Reincidentes, pasado por el tamiz Kartzarot. En las estrofas de los Reinci con los primeros riffs de estos tíos. Es una idea cojonuda cuando uno navega en rock destructivo, en el metal, parar el guitarreo en las estrofas para dejar sonar el bajo. El efecto Newsted (And justice for Jason), donde el sonido del bajo desapareció para no volver, puede ser devastador, sobre todo si tienes a un tal Txetxi, que toca un monstruo de seis cuerdas que parece la ametralladora de Rambo. Es como ver andar un autobús sin carrocería, se plasma la potencia de esta banda pura, sin cortar, sin aspavientos, la ingeniería de la sala de máquinas sin distorsión en la que refugiarse. Hablando de letras, Ez nagizu bagarrik itzi!! Zuloa iluna da! (No me dejes solo, el abismo es oscuro). Salvando las distancias, temática parecida a Ohne dich, de Rammstein. Curioso que con culturas tan diferentes, todos acaban —acabamos, que soy escritor—, recurriendo a temas universales.
Lezama. Ese toque de acordeón, la guitarra en acústico… trae a la mente folclore vasco. No soy ningún experto, no jodamos, que el Lehendakari me pone en busca y captura, pero parece que Asier va a ponerse bertsolari. Si en la anterior hablábamos de temas universales, ¿Qué hay más universal que la vuelta al hogar? Desde Ulises pasando penurias para volver a Ítaca, todos tenemos un rincón, un pequeño pedacito de esta roca que da vueltas en medio del un vacío infinito en el que nos sentimos en casa. Por muy lejos que viajemos, forma parte de nuestros genes.
Erasorik Ez. Durante muchísimo tiempo se ha entendido —y propagado— la masculinidad como sinónimo de dureza, de invulnerabilidad. Se ha extendido a machaque inmisericorde con los más cercanos. Esa época tan poco gloriosa que algunos parecen empeñados en querer traer de vuelta fue la cúspide, donde podías dar de hostias a tu consorte hasta sangrar por los nudillos, que si la pobre desgraciada pedía ayuda te la volvían a dejar en la puerta con otra manita de grasa, que algo habrá hecho porque las mujeres son muy golfas (sic, no es mi pensamiento). Hombre, algo hemos avanzado, parece, pero si tu novia/prima/amiga/sobrina de madrugada va en minifalda de vuelta a casa, se te ponen los pelos de punta. Que le pregunten a la de los cinco hijos de puta de sanfermines, o a la cría de catorce años de Linares. Mientras tenses la mandíbula pensando en que alguien en minifalda por la noche, queda mucho recorrido por hacer. Musicalmente, están entre Extremoduro y Alice in Chains. Es una especie de balada oscura, de metal lento. Se oyen los chisporroteos del bajo entre las guitarras, hasta que aceleran a base de distorsión y doble bombo, no es fuerza destructiva, es rabia en un estribillo que se escupe.
Train. Una canción de despedida. Condensando la esencia de su sonido, una batería a ritmo de jamelgo, buenas guitarras y una letra que nos explica el origen del álbum. Teníamos la intención de juntarnos otra vez / escribir alguna canción, volver a sentirnos bien / La cosa se ha complicado, lo estamos pasando a cien / pero en alguna estación voy a bajarme de este tren. En resumen: carpe diem. Disfrutemos mientras podamos.
Vale que la barrera idiomática me ha hecho putaditas, pero creo que he plasmado razonablemente bien lo que hacen estos cinco forajidos. Ingredientes del rock y el metal vasco de toda la vida, de Su ta Gar, de S.A.… y sobre todo, muchas ganas de sacar algunas cosas que les arden en el pecho. Recomendación especial: ponlo en el coche hasta que vibren las ventanillas.
Para los convencidos que quieran saber más, enlaces de la banda:
Youtube https://www.youtube.com/channel/UCp34bwQYz0CkKvGhMOVZtjA
Bandcamp https://kartzarot.bandcamp.com/
Spotify https://open.spotify.com/artist/7yFVhChELp6L77z9ZSLXsE
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