“La vida por delante” es la segunda adaptación de “La vida ante sí”, una de las más importantes novelas de Romain Gary, un escritor francés de origen lituano con una de las vidas más cinematográficas que se recuerdan. Casado con Jean Seberg, guionista en Hollywood o partícipe del mayor engaño literario de la historia, fingiendo no ser quien realmente era por medio de sus heterónimos (siempre me recuerda aquello que Pessoa escribió que traducido dice –“El poeta es un fingidor/ finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que en verdad siente…”) a pesar de ganar el premio Goncourt. Una personalidad arrebatadora. De su célebre libro se había hecho una versión anterior titulada “Madame Rosa”, protagonizada por Simone Signoret y que ganó el Oscar a mejor cinta en lengua no inglesa, derrotando, ¡nada menos!, a Buñuel con “Ese oscuro objeto del deseo”, Cacoyannis con “Ifigenia” y “Una jornada particular” de Ettore Scola, protagonizada por Mastroiani y Sophia Loren. Avatares del destino quieran que, quizás, la última actuación de la gran diva del cine italiano sea con esta nueva traslación a imágenes de la obra de Gary.
El largometraje lo dirige Edoardo Ponti, hijo de Carlo Ponti y quien, en su modesta filmografía, ha contado siempre con su madre como absoluta estrella. Del material en el que se basa ha hecho unos cambios que no resienten el espíritu de “La vida ante sí”, como situar la acción en los alrededores de Bari, el transexual senegalés es una transexual española y el senegalés es el niño magrebí de la novela, ahora traficante de droga a pequeña escala. El resto sigue siendo lo mismo, una antigua prostituta superviviente de Auschwitz, se dedica en su senectud a cuidar hijos de trabajadoras sexuales a cambio de dinero. En esta ocasión le llega un niño que le ha robado en la calle, a cargo de su médico de confianza. A pesar de ser un pequeño delincuente juvenil, las buenas compañías y el amor que no ha tenido harán que el preadolescente se replantee su forma de vida, mientras que la anciana comienza un inexorable deterioro mental.
El guion acaba resultando irregular, sobre todo por destacar ese carácter “buenista” que acaba resultando “acaramelado”, uniendo la religión judía con la musulmana, la aceptación del diferente a nivel de género, de raza o como opción laboral. Todo parece de “color de rosa”, eliminando todo aquello que sea incómodo en el melodrama, siendo los ejemplos más claros el trauma por sobrevivir a los campos de exterminio, la dura vida de las prostitutas o el auge y caída en la organización criminal, resuelta con un par de puñetazos al inicio y una leve reprimenda en el abandono de la venta de sustancias ilegales. Esto acaba lastrando un resultado que siendo prometedor acaba decepcionando en buena parte de su metraje.
Tampoco ayuda la académica dirección de Ponti, mecánica a más no poder, separando actos y escenas con planos generales tomados con dron. Tan correcta como falta de “alma”, buscando la lágrima fácil, permitiéndose el lujo de compungir al espectador una vez finalizada la poco más de hora y media de metraje con una de esas baladas “acarameladas” de Laura Pausini, tan del gusto de los Oscars. De hecho ha conseguido una candidatura en ese apartado en los Globos de Oro, sumado a la excesiva nominación a mejor cinta de habla no inglesa.
En “La vida por delante” todo es mediocridad, salvo la Loren y, en algún momento la banda sonora de Gabriel Yared (aunque lejos de su mejor momento a finales del siglo pasado y comenzó de este): inmensa y llenando la pantalla en cada escena. Sin duda alguna, lo mejor del largometraje, acompañado de unos cuantos niños que funcionan de forma moderada, destacando Ibrahima Gueye, acompañado de Renato Carpentieri, el inolvidable amigo profesor universitario, amante de Joyce en la obra maestra de Nanni Moretti “Caro diario” o de Abril Zamora, en un papel de amiga perfecta, parecido al de la miniserie española «El desorden que dejas», otro producto con ciertas pretensiones pero que acaba naufragando. Una pena.
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