Desde hace años cuando visitamos Sevilla, uno de los grandes seguros en cuanto comida se refiere suelen ser los locales del grupo Ovejas Negras, unos restauradores que han sabido combinar el respeto por el producto, la innovación culinaria y el precio ajustado. Tres factores que hacen que nos decantemos por comer en sus restaurantes y más, como es el caso, cuando han conseguido aparecer en la Guía Michelín como BIB Gourmand, categoría para propuestas interesantes por menos de 35 euros.
Torres y García lo encontramos en la calle Harinas, en el centro de la capital hispalense cerca del ayuntamiento. Local grande, sin terraza, decorado con gusto y con distancia suficiente en las mesas. Servicio atento y esmerado, camareros jóvenes y una perfecta sincronización entre platos. Fuimos a cenar y nos gustó tanto que acabamos reservando para comer al día siguiente. Elaboran lo que ellos denominan nueva cocina rústica, con un horno de leña tradicional y ligeros toques de vanguardia. Un concepto diferente en buena parte de Andalucía el de mezclar lo clásico y lo moderno, que refleja a la perfección el decorado semi industrial del Torres y García.
Nuestro ágape comenzó con un mini negroni de aperitivo. Bastante rico, y más si tenemos en cuenta que este cóctel de campari, vermut y ginebra a partir iguales se ideó en Florencia, lugar donde estuvimos de viaje este mismo año.
Una vez, disfrutando de las bebidas pedimos la comanda, maridada por vinos, más o menos, locales. Como entrante pedimos la cecina de buey con tomate y pan de pizza recién hecho, una generosa ración, plena de sabor, presentada en un plato que simula un tronco de árbol, que nos recordó a la misma que ofrecían con el jamón ibérico en el extinto local que poseía el fallecido Nico Jiménez en el centro de Mérida.
Un extraordinario inició y más con el acompañamiento de un vino de Cádiz llamado DeRaiz, plurivarietal de Petit Verdot, Syrah y Merlot.
Seguimos con una inteligente ensalada de calabacines, pasados por la mandolina con su piel y un aderezo de pesto, papaya y vinagreta thai. Una delicia bien conjuntada que se acompañó con un recomendación especial, pues el vino era un ecológico sevillano, de nombre Mirlo de Bodegas Tierra Savia y monovarietal de Viognier, uva desconocida pero que resultó una sorpresa, con una crianza sobre lías que nos agradó.
Con él también continuamos con una de las especialidades de la casa como es la col asada con espuma de ajo negro y vinagreta de cominos y anacardos. Media col hecha en su antes mencionado horno de leña y que nos satisfizo del todo. Uno de esos platos que te devuelven la fe en el ser humano.
Para los postres, probamos un cream llamado Sanzimarin con dos de sus propuestas dulces; las fresas en papillote, crema de limón y romero y helado mascarpone del que solo podemos decir cosas buenas, con su original presentación con las fresas estofadas dentro de una bolsa y la crema de mandarina con frutos rojos y granizado de lima y albahaca. Refrescante y que sirvió de prefacio a la invitación de unos chupitos, de vino dulce presentados en unas divertidas probetas.
La comida del día siguiente fue más ligera pues llegábamos de tapear por el centro histórico, así que no teníamos demasiada hambre, empezando por unas correctas empanadillas criollas de carne y tomate rallado con rocoto, nada grasientas y con ese toque tan de moda de la cocina peruana, seguido del arroz cremoso con queso viejo, apionabo y trufa. Un arroz verde, gracias al vegetal que nos conquistó acompañado de un Albariño de nombre Albamar que sirvió de colofón, pues ese día no podíamos con el postre.
De esa forma, Torres y Garcia se convierte en uno de los restaurantes a tener en cuenta cuando se visite la preciosa ciudad de Sevilla. Háganos caso. Nos lo agradecerá.
0 comentarios