La Piazza della Signoria es uno de los epicentros de Florencia, con su imponente Palazzo Vecchio coronando la plaza, su fuente y reproducciones de esculturas clásicas, como la del David de Miguel Ángel que en su día flanqueaba la entrada del palacio de los Medici. Un pedazo de la historia, donde se quemaban a los herejes o al propio Savonarola. Por supuesto, uno de los lugares más visitados en la ciudad Toscana. Pasear junto a sus calles es retroceder al pasado y es normal sentir un “síndrome de Stendhal”, esos vértigos y mareos ante tamaña belleza por cansancio, deshidratación, hambre y calor, como el que sufría el turista en el inicio de la obra maestra de Paolo Sorrentino “La gran belleza”.
Para evitar desvanecimientos y fatiga se recomienda beber agua y comer. Para esta última cosa recomendamos un restaurante cercano, en el 37 de la Via Condotta, como es el Gustavino Piazza della Signoria (pues tienen otro cerca del impresionante Duomo). Un local amplio, con decoración propia de la zona y mesas con cubertería y mantel. Especialidades toscanas, donde destaca la Bistecca a la Fiorentina entre las muchas carnes pero donde también recomiendan todas sus pastas, cosa que es lo que decidimos probar.
Y no podemos decir nada malo de ninguna. Aunque como entrante se nos antojó un souffle de espinaca con queso gorgonzola. Un plato perfecto para empezar y donde el lácteo se derretía con la verdura de forma similar a las espinacas a la crema pero con un punto más de dureza, ya que la verdura estaba perfecta de punto. Uno de esos platos que nos demostraban que seguro que todo iba a estar bueno, como así fue. El servicio esmerado y atento y los tiempos entre plato y plato fueron los correctos, aunque es cierto que todavía no se había llenado la sala.
Para acompañar decidimos optar por un Chianti Clasicco de nombre Ruffino, perfecto para acompañar las distintas pastas, gracias a ese “puntito” de acidez de la uva Sangiovese.
El primero de los platos fueron unos gnocchi hechos a mano con una salsa de gorgonzola, donde a pesar del tremendo sabor el queso se fundía de forma perfecta con las bolas de pasta y patata. Además la ración era más que generosa.
Lo mismo sucedía con los strozzapreti del Gustavino. Magistrales. Un plato de fuerte contraste con ricota, tomate fresco, ajo y peperoncino, lo que le otorgaba un leve toque picante que nos gustó mucho, coronado con unas lascas de grana padano. Para finalizar, no nos podíamos ir del Gustavino sin probar alguno de sus platos con trufa. Con las pastas aparecía como especialidad, los raviolis rellenos de carne con salsa trufada. Una delicia al paladar, donde la pasta (por supuesto a mano) se bañaba en un cremoso y espectacular aderezo, que nos complacía en cada bocado. Además con el rico pan que nos pusieron, no se podía obviar mojar. Tal era la sensación de placer con este “crescendo” de pastas que nos costó pedir el postre.
Pero no nos pudimos resistir a un tiramisú, presentado de forma distinta. En una tarrina, donde la crema es mucho más amarilla de lo normal, por lo que entendemos que utilizan más la yema que la clara en el huevo, con el mascarpone bien batido aunque no notamos ningún sabor alcohólico. Para rematar con el cacao y el café sirven unas filigranas de chocolate. Un remate perfecto a un restaurante recomendable en pleno centro de una de las ciudades más bonitas del mundo
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