Nunca he sabido qué hacía a Prince tan especial. Lo único que sabía es que estaba ahí.

Este pensamiento suena a pueril porque lo es. Recuerdo poner de pequeño la tele y que saliesen sus vídeos (que no entendía) y que no hubiese batidas de los expositores de cds (y yo sin reproductor de cds) y cassettes (de eso sí tenía) de las tiendas de música de mi ciudad sin que apareciese su nombre, su cara o ese símbolo extraño que sabía que era suyo.

Pero ya está, eso era todo. Prince estaba siempre ahí. Y, cómo muchas otras cosas, uno jamás se plantea que en un momento pueda dejar de existir. Entonces ocurrió. El mundo se llenó de homenajes y muchísimos artistas que admiro no hacían más que alabarlo. Ante todo ello me preguntaba “¿por qué? Si es sólo Prince”.

Ese pensamiento ha estado resonando en mi cabeza hasta hace muy poco. Menos mal. Tras leer “The Beautiful Ones” me he dado cuenta de que todos estaban en lo cierto y el que se equivocaba, de nuevo, era yo. Ahora no puedo quitarme a Prince de la cabeza, y el caso es que todavía no soy capaz de escuchar ninguno de sus discos. Pero da igual. Ya simplemente con la imagen de él que nos muestra Dan Piepenbring en la introducción se puede palpar su genialidad.

Gracias a la experiencia de Dan Piepenbring, por desgracia interrumpida, podemos conocer el hecho diferencial entre alguien con talento de un genio. Prince es un creador nato. Alguien en quien los verbos vivir y crear eran lo mismo. Alguien que se hacía preguntas constantemente, como el ansia de dar una definición a la palabra funk. A lo largo de los párrafos de la introducción vemos cómo también era un rebelde contra las compañías que se dedican a vivir del artista sin pensar en él. Pero no un rebelde resignado, rendido y abatido. Sino un rebelde que no ha perdido la ilusión y cuya mente en constante ebullición no dejaba de expedir ideas.

En el primer capítulo ya podemos acercarnos a lo que pudo ser escuchar a Prince leyendo sus palabras. Esto último no es un recurso literario que estoy usando para que me quede bien la reseña. Es la verdad. Hay que destacar el respeto que se ha hecho para transcribir las notas de Prince exactamente como él las escribió, usando sus abreviaturas (o lo que podría haber sido si el castellano fuese su lengua materna). Y creo que ha sido algo muy acertado porque a través de cómo usaba las palabras, como un medio artístico más, podemos captar cómo funcionaba su mente. Trabajando a una velocidad más cercana a los años luz que a los terrenales kilómetros por hora.

Música, palabras y, por último, imágenes. La segunda parte del libro es otro regalo para quien se acerque a él. Una colección de imágenes, apuntes de canciones, dibujos que terminan de configurar este volumen como un caleidoscopio cuyas infinitas combinaciones de lectura siempre desembocarán en arte. Arte entendido como genialidad y como aspiración por el ideal estético.

Este libro no es una biografía (o autobiografía) al uso. Para nada. Tiene más en común con los grandes libros que son fuente de inspiración. Fuente en todos los significados de la palabra posibles. Porque a ellos volvemos periódicamente con el cubo vacío para rellenarlo de sabiduría, de inspiración. En definitiva, de una mirada propia que nos ayude a buscar la nuestra.

Ahora sólo quiero saber cuál es la palabra que define al funk

 

 

by: Pablo Ruiz

by: Pablo Ruiz

Aporreador de cuerdas tensadas que emiten bajas frecuencias. Interesado en la buena música y en todo lo que la envuelve. Aficionado a juntar letras con cualquier tipo de excusa.

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  2. Que grandes todos ellos. Para mi, el más desconocido es Anthony Quayle. Una vez más, Edu, un gran trabajo.

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