Dentro de la ofensiva del gigante Netflix por conseguir estrenos de calidad que puedan optar a galardones importantes en la temporada de premios tenemos varios ejemplos en el 2019, siendo «El irlandés» su principal reclamo, seguido de «Historias de un matrimonio». “Los dos papas” tenía los mimbres para convertirse en el tercer largometraje de prestigio pero ha debido conformarse con tres candidaturas a los Globos de Oro y los Oscars (mejor guion original, mejor actor y actor secundario).
El responsable es Fernando Meirelles, un brasileño que sorprendió a medio mundo con “Ciudad de Dios”, una impactante cinta ambientada en las favelas y confirmó su talento con “El jardinero fiel”, una de las mejores adaptaciones al cine de una novela de John le Carré. Tras estos dos éxitos, solo ha dirigido dos filmes más, las irregulares “A ciegas”, sobre la novela de José Saramago y “360. Juego de destinos”, volcándose en los Juegos Olímpicos de Río 2016 y trabajos televisivos en su país. Es de agradecer que haya vuelto a reverdecer viejos laureles, si bien no consiguiendo la excelencia de esas primeras obras, sí con un producto de calidad sobre un tema que en principio no parecía dar para más de dos horas de metraje. Lo que se cuenta es la diferencia de caracteres, y por lo tanto de criterios, de los dos últimos papas de la iglesia católica; los cardenales Ratzinger y Bergoglio (Benedicto XVI y Francisco I). Dos hombres diametralmente opuestos condenados a entenderse y que en el inteligente guion de Anthony Mc Carten se les dota de una profundidad y humanidad digna de encomio. Mediante sus largos paseos y diálogos, se expone la lucha entre la razón y el sentimiento. Ratzinger es un intelectual, una persona crecida entre libros y teología y por lo tanto con un mensaje más complicado de llegar a las masas, mientras Bergoglio es más accesible, por su “campechanía” y su facilidad para comunicar, cercana al “populismo”. Lo interesante es que no se juzga a ninguno de los dos, convirtiéndose en ambas caras de la misma moneda. Opuestos pero necesarios. Con probabilidad, lo que se cuenta es pura ficción pero está tan bien llevada la trama que no nos extrañaría que así hayan sido sus relaciones, con un soberbio final viendo juntos la final del Mundial de Futbol del 2014 que enfrentó a Argentina contra Alemania.
Además Meirelles dirige con tino y buen pulso, evitando utilizar siempre el repetitivo, y televisivo, plano- contraplano, utilizando con firmeza los interiores en el Vaticano, con los exteriores en los jardines de Castelgandolfo y en barriadas humildes de Buenos Aires. Funciona bien la parte del presente y bastante peor el largo pasaje en la juventud del futuro papa sudamericano, durante la dictadura de Videla, donde cambia hasta la fotografía de César Charlone, con colores más apagados que el resto de la cinta. Quizás eso y la falta de secundarios con importancia lastren el resultado final, que en la parte de como conducir uno de los estamentos más poderosos de la tierra es sobresaliente.
Lo que tampoco se puede negar es las maravillosas interpretaciones que componen unos inspirados Jonathan Pryce, en gran momento desde el año pasado con “La buena esposa” y “El hombre que mató a Don Quijote” y un Anthony Hopkins, que a pesar de seguir siendo una estrella no tenía un papel con tanta enjundia desde hace años. Ellos son los conductores de la interesante puesta en escena y el eterno debate entre la razón y el sentimiento que nos propone Fernando Meirelles, el cuál confiemos que vuelva a realizar grandes producciones como “Ciudad de Dios” o “El jardinero fiel” o por lo menos tan notables como esta.
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