«La curiosidad de Mauro Barreiro» es uno de esos restaurantes que el amante de la buena mesa debería visitar, un proyecto que comenzó en Puerto Real, con una cocina de vanguardia que impresionaba con su cocinado, respetando los sabores, y una preparación sorprendente para la vista (todavía recordamos el divertido steak tartat Hannibal Lecter presentado sobre un serrucho). De ahí, pasó al centro de Cádiz, a la calle Veedor, al lado de la Plaza de San Antonio, donde el que fuera genio culinario de la Escuela de Hostelería de Cádiz ha asentado su proyecto, con una amplia barra donde se pueden degustar sus creaciones en pequeño formato (tapas y raciones) o solicitar mesa en su coqueto restaurante con paredes bien decoradas de corte contemporáneo y sus diez mesas decoradas con un pequeño mantel para colocar el plato pero una vajilla y cubertería difícil de superar y donde apenas se utiliza el cuchillo.

 

 

Se puede elegir carta o menús degustación, en siete o nueve pasos. Elegimos este último, ya que ofrecen un plato de zamburiñas (que adoramos) y un postre más. Acertamos de pleno, pues fueron dos sobresalientes bocados. Para beber, aunque comenzamos probando un Albariño de sobrada categoría como el Lagar de Cervera, elegimos el maridaje que propone el local que se iniciaba con una copa de Beta Sur, un espumoso Brut Nature de uva Palomino Fino y de las Bodegas Barbadillo de Cádiz, cosa que se agradece, pues casi todos los vinos que nos sirvieron son de la provincia gaditana.

 

 

El primer plato era un granizado con piña y daditos de atún y kimchee, exotico en su preparación y agradable en boca y servido con un ajoblanco por encima.

 

 

De ahí, un rosado de nombre Alquézar de tempranillo y cabernet sauvignon, algo de aguja y denominación de origen Somontano precedía a un gazpacho de remolacha con sardina ahumada, huevas de arenque y queso feta en salmuera.

 

 

 

 

De lo más ricos gazpachos de remolacha que hayamos probado nunca. Dos sopas frías de entrante que prometían una grata experencia, viendo lo armonioso de las combinaciones y que se corroboroban con la inenarrable zamburiña, preparada en ceviche, en aguachile y un guacamole de algas, huevas de arenque y un pico de gallo con mayonesa kimchee, acompañado por una manzanilla de Sanlúcar de nombre Predilecta.

 

 

 

 

Un plato maravilloso que deseamos volver a probar, continuando con un gambón de gran sabor sobre una sopa de leche de coco, caldo de galeras, curry y cilantro que nos trasladaba a la India o Tailandia aunque el golpe local lo aportaba el Amontillado Zuleta de las Bodegas Delgado- Zuleta que repetían con su Palo Cortado Monteagudo con un huevo cocinado a baja temperatura donde se volvía a fusionar la cocina asiática con lo tradicional pero siempre respetando los sabores originales y no enmascarándolos en salsas ininteligibles.

 

 

 

Un blanco de palomino fino de San Jose del Valle de Hacienda Parrilla Alta acompañaba a otro de los bocados inolvidables con una corvina asada en su punto perfecto, con unas huevas y un arroz meloso con choco. Una demostración de fusión entre lo clásico y la vanguardia, incluso en la presentación en un plato de cristal de «los de toda la vida». Delicioso y que contrastaba con la carne, un potente solomillo de jabalí, con unas migas de chorizo abajo y un «ajo colorao».

 

 

 

Plato poderoso, donde lo único no fuerte de sabor eran unos espárragos trigueros. Estaba bueno y servía de contrapunto al resto del ágape, al que se sumaba un tinto de Hacienda Parrilla Alta, bodega que presidió la parte final.

 

 

 

Pues con los postres llegó el tinto dulce. Curioso pero que se eclipsaba ante su versión modificada del Drácula, con la panacotta, el helado y sopa de frutos rojos y el bizcocho de pistacho que antecedía a una genialidad dulce como el bombón curioso, un lingote delicadísimo de chocolate, con helado de violetas y bizcocho de «Peta- Zeta».

 

 

Todo unido era el perfecto remate a un restaurante que no nos extraña nada que posea un sol en la Guia Repsol y aparezca en la Michelín como recomendable. Mauro Barreiro es un excelente chef, un creador de sensaciones o como define él, un tatuador de paladares.

 

 

 

 

 

 

by: Jose Luis Diez

by: Jose Luis Diez

Cinéfilo y cinéfago, lector voraz, amante del rock y la ópera y ensayista y documentalista con escaso éxito que intenta exorcizar sus demonios interiores en su blog personal el curioso observador

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