El cine de ciencia ficción está ofreciendo enormes sorpresas en los últimos diez años. pues a la aceptable «Marte» de Ridley Scott le antecede dos grandísimas propuestas como «Gravity» de Alfonso Cuarón e «Interstellar» de Christopher Nolan. «Ad Astra» se aproxima a ellas narrando un original viaje, tanto físico como espiritual, de un descreído astronauta en busca de «una sombra del pasado» que está creando el caos, y de paso, de sí mismo.
El guion de James Gray y Ethan Ross se revela como un original retrato de la condición humana, salpicado con numerosas y medidas «voces en off» y un sin fin de recursos narrativos que convierten a «Ad Astra» en la cinta de ciencia ficción más intimista jamás rodada, con permiso del «Solaris» de Andrei Tarkovsky, donde se trataba de forma admirable el tema de la existencia. Para ello toma como modelo la novela de Joseph Conrad «El corazón de las tinieblas», que ahora contemplamos en nuestra biblioteca en una edición leída hace casi veinticinco años junto a «La soga al cuello» y prólogo de Borges, que ya fue llevado al cine en otro contexto diferente al contado en el libro en la epopeya bélica de Coppola «Apocalypse Now. Una idea inteligente y nada sencilla de trasladar el espíritu del libro en otra época o lugar. Ejemplos hay múltiples y con desigual suerte, tanto de aciertos , como en «Eyes wide shut» de Kubrick y su adaptación del Viena de los años veinte del «Relato soñado» de Arthur Schnitzler al Nueva York de finales de los noventa o errores como en «La peste» de Luis Puenzo y su irrelevante cambio de escenario de Argel a Sudamérica. Gray se sitúa entre los primeros, ofreciendo un espectáculo fílmico de categoría, definiendo su protagonista de manera formidable y como realizador ofreciendo una puesta en escena donde todo funciona al milímetro, uniendo secuencias de más o menos acción (fantástica la persecución en la cara oculta de la Luna) con monólogos interiores de entidad y un ritmo cadencioso y pausado que invita a la reflexión, sirviendo como apoyos importantes la banda sonora del siempre eficaz Max Richter y la portentosa fotografía de Hoyte Van Hoytema.
Hasta ahora James Gray tenía una sólida filmografía con títulos celebrados como «El sueño de Ellis» o las dos con Joachin Phoenix; «La noche es nuestra» y «Two lovers», antes de su anterior e irregular «Z. La ciudad perdida». Con «Ad Astra» da un paso más, filmando su obra maestra y revelándose como un director al alza.
Y si todo el plantel técnico es sobresaliente y el guion ejemplar, las interpretaciones funcionan como un metrónomo, con Brad Pitt de figura estelar, en uno de esos papeles hieráticos que borda, acompañado de una pléyade de secundarios de lujo donde emergen los veteranos Tommy Lee Jones, Donald Sutherland o Ruth Negga. Eso sí, Liv Tyler vuelve a aparecer como un «hermoso florero», como le sucedía en «El señor de los anillos» y más aun, en otra de ciencia ficción como «Armageddon», sin apenas diálogo ni desarrollo de personaje. Eso, junto a algún exceso de primeros planos no necesarios para explicarnos el tono intimista que exige la obra, no consiguen que el resultado final sea antológico, aunque estemos ante una más que notable película que, a buen seguro, se revitalizará con el tiempo.
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