La reseña que realicé de «Café Society» era toda una declaración de amor a un director que ha marcado mi vida desde que vi «Hannah y sus hermanas». Un hombre que me ha acompañado en mi periplo vital, gracias a estrenar una película por año desde «La comedia sexual de una noche de verano» de 1982, aunque, en mí caso, he seguido sus estrenos, sin faltar un año, desde «Septiembre (1987). Ahora parece que tras su escándalo personal (aunque haya sido absuelto) todo esto ha finalizado y en el 2018, por primera vez en veinteseis años no estrena (a cambio tenemos uno de los peores años cinéfilos en Estados Unidos que se recuerdan) y es probable que «A rainy day in New York» este 2019 sea su testamento cinematográfico (si alguien lo quiere estrenar), pues nadie le quiere contratar y poca
gente querrá trabajar con él (Thimotée Chalamet ha dicho que va a donar lo ganado con su rol protagonista a diversas asociaciones). Eso sí, todo muy políticamente correcto y sin hablar de censura. ¡Faltaría más!
Y en este pudridero actual, como el de la cripta de El Escorial donde se momifican reyes, donde se eleva a los altares mediocridades, donde la literatura es un hilo de Twitter o una cita sin sentido buscando la autoayuda, donde vivimos en una eterna búsqueda del elixir de la eterna juventud y toda opinión es respetable (lo mismo un burro que un gran profesor que decía aquel viejo tango) aunque sea disparatada. Pues en estos tiempos de posmodernismo e ideas flácidas llega la primera (e imaginamos última) serie de Woody Allen: «Crisis en seis escenas». Esta fechada en 2016 aunque nos llegó con posterioridad y la produce Amazon Prime, que intentaba dar una pátina de calidad a sus producciones, tanto cinematográficas como televisivas…hasta que aparecieron los Savonarolas de hoy en día, esos que igualan una violación a un «casting de sofá» o enfrentan a la sociedad en dos bloques enemigos, en un juego de suma cero donde lo que gana uno el otro lo pierde sin remedio.
Pues en estos años de memoria calcinada aparece esta miniserie de seis episodios, de poco menos de media hora de duración cada uno, ambientada en los años sesenta y escrita y dirigida por Allen. Un matrimonio de clase media-alta con una cómoda vida, donde el hombre ve trastocada su existencia por la llegada de una revolucionaria, perseguida por la policía que «anida» en su hogar. Diálogos chispeantes a ritmo de jazz, en una puesta en escena en la línea de toda su filmografía, homenajeando desde los Hermanos Marx a él mismo. Curioso es el caso que esta joven de ideas peregrinas, hunda la vida con su superioridad moral, su extremismo ideológico que gusta tanto a su mujer y su invitado (el hijo de unos amigos), burgueses que quieren jugar a la revolución, ante un atónito hombre que lo único que quiere es seguir manteniendo su «estatus» y su modo de vivir y que no entiende como una «pirada» consigue convencer a tanta gente comiendo sus «naranjas navelinas» y su «filete de esturión» sin preguntar o hablando de Marx y Mao, sin saber demasiado con probabilidad. Eso nos recuerda la soberbia secuencia de «Annie Hall» con Marshall Mc Luhan.
Y si el guion es entretenido, los actores funcionan en este «divertimento», con Woody Allen de nuevo de protagonista, neurótico, locuaz y con ese aura de derrotado al que nadie hace caso aunque tenga razón, acompañado de una estupenda Elaine May y el descubrimiento de Miley Cyrus. Entre todos consiguen que esta comedia de situación acabe funcionando y a pesar de ser un trabajo menor en su admirable carrera se vea con agrado y los seguidores del neoyorkino disfrutemos. No se encuentra entre sus mejores trabajos, y no todos los chistes funcionan, pero se respira cine. Si, cine, pues más que una miniserie parece una película de dos horas y media. Algo alargada pues recordamos que los largometrajes de Allen no suelen llegar a las dos horas, transitando entre la hora y media y la hora y tres cuartos. Aun así, los amantes del director de «Delitos y faltas» disfrutarán de esta «Crisis en seis escenas».
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