Descubrimos a Helena Pimenta hace más de veinte años con un espectacular «Romeo y Julieta», cuando dirigía su compañía Ur Teatro. Una adaptación de la tragedia de Shakespeare que a pesar de tener una escenografía industrial que recordaba a los Altos Hornos vascos y suceder en el siglo XX mantenía el espíritu del genial autor inglés. Un trabajo admirable que ha continuado durante estas décadas para acabar en 2011 por convertirla en la principal responsable de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, con montajes que han elevado el alto listón del grupo, desde hace tiempo con plaza en el Teatro de la Comedia sucediendo al Teatro Pavón de Madrid.
Así que aprovechando una visita a la capital y con el añadido de ser su última obra como directora, no podíamos perdernos este «El castigo sin venganza», uno de los últimos Lope de Vega, ya en su senectud y aun así una obra maestra de las letras españolas.
Tragedia clásica, entendiendo como tragedia aquellas historias donde los personajes no pueden elegir, en contraposición con el drama, y su fatal destino viene marcado por el destino, como sucede en Sófocles, Eurípides, Esquilo, Shakespeare o el último gran trágico, el García Lorca de «Bodas de Sangre». Lope de Vega nos cuenta un triste argumento de amores imposibles, donde unos jóvenes luchan contra la fatalidad al ser ella desposada con el padre del otro. Eso desembocará en ese castigo sin venganza, en un sino que no se puede cambiar, en una Italia renacentista donde la nobleza mantiene la moral y la virtud y entre lujos y oropeles no hay perdón para el adulterio.
Pimenta vuelve a dar otra lección de puesta en escena y los personajes se mueven por las tablas con soltura y siempre en el lugar adecuado para resaltar sentimientos y mejorar el texto, ampliando el escenario por el pasillo del patio de butacas, lo que consigue que entendamos las idas y venidas de los protagonistas en sus viajes. Además utiliza ciertos recursos que siempre nos han encandilado, como el uso de la sangre mediante grandes telas de color rojo, cosa que vi hace años al director cinematográfico Werner Herzog en una de sus incursiones en el mundo de la ópera; concretamente en un «Tannhäuser» de Wagner en el Teatro Real de Madrid, donde la Venusberg se reflejaba de la misma manera.
Y si la «mise en scene» es portentosa, lo mismo puede decirse de la manera de acometer la dramaturgia y la dirección de actores, pues todos cumplen con sus diferentes roles, lo cual ayuda que la hora y cuarenta minutos sin descanso pase en un suspiro y todo respire autenticidad.
Se agradece que en estos tiempos donde nuevos talentos basen sus creaciones en la provocación y en el desmitificar los clásicos, que todavía exista gente como Helena Pimenta que aporte una visión contemporánea a su trabajo pero respetando a los sagrados autores y textos. Y más en un lugar como el Teatro de la Comedia de la calle Príncipe, que tras su rehabilitación, se ha convertido en un estupendo sitio para disfrutar de una de las más maravillosas artes que existen: el TEATRO
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