Hasta ahora me he negado a creer una evidencia que por otra parte se presentaba una y otra vez ante mis ojos y es que el estado de salud del rock pasa por momentos críticos. Lo he negado constantemente e incluso he renegado de aquel que lo proclamaba sin tapujos pero a veces las circunstancias no dejan posibilidad alguna. El problema de que el rock ande por caminos inciertos no es culpa de las bandas que siguen apareciendo en una continua marea e incluso algunas atesorando mucha calidad. Pero el público no responde. Una gran mayoría se esconde en la indolencia. Solo la algutinación de grandes nombres provoca peregrinaciones en masa. Pero cuando son bandas batiendose el cobre en pequeñas salas la asistencia se convierte en una desoladora demostración de indiferencia. Además del hecho de que toda corriente necesita regeneración y la edad media de los asistentes a muchos de los conciertos no nos deja buenos augurios.
Cada cual con su tiempo y su dinero hace lo que le da la gana, faltaría más. Todos faltamos a conciertos en la zona. Trabajo, familia, falta de ganas, que se yo. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Pero cuando la desgana se convierte en una constante los símbolos predicen malos augurios. No se puede vivir eternamente anclado al pasado por muy glorioso que haya sido este. Un viejo proverbio ruso dice que vivir del pasado es como correr tras el viento y en eso parecen empeñarse muchos. Luego nos refugiamos en el derecho al pataleo pero olvidamos en el turno de replica de aquel que apuesta por la música en directo y cuyos argumentos finalmente nos pone la cara colorada.
Es
necesario echar la vista atrás para repasar hacia donde nos movemos. La
expectación que puede crear este festival o aquel viendo los carteles
que presentan están seguramente justificadas pero que nos lleva a obviar
todo aquello que no lleva un sello de seguridad implícita. ¿Cuando
decidimos que no íbamos a volver a arriesgar en conocer nuevas bandas?.
Gente que compraba discos por la portada en aquellos tiempos en los que
internet solo era un argumento de ciencia ficción hoy no se acerca a ver
si esa banda que no conoce puede alegrarle la noche. Seguramente en
clase o en el curro provoca más interés esa foto que subes a las redes
sociales en el Azkena o el Leyendas del Rock incluso entre los que que
jamás se han atrevido a escuchar rock, ni tan siquiera cuando viene de
la las bandas cuya incrustación en nuestra vida social es un hecho
invariable. A quien le importa si has visto una banda cojonuda si no
esta sobreexpuesta mediáticamente. Hemos pasado de llenar con
impaciencia locales donde bandas sin apenas equipo ni una mínima
profesionalidad lo daban todo ante un público hambriento a encontrarnos
con músicos sobradamente preparados tanto en calidad como medios y
darles la espalda de manera casi insultante.
Vivimos unos tiempos en los que la fama es una falsa sensación de seguridad que se expresa a través de likes o comentarios en redes sociales. Si a ellos unimos un conformismo imperante que ha bajado a niveles insospechados los niveles de exigencia, convertimos la situación en una pócima de efectos dañinos. Y en eso también los medios tienen demasiada culpa empeñados en encumbrar a mediocres por intereses creados o en mantener en los laureles a leyendas a los que hace tiempo se les borró el brillo de los ojos cuando suben a un escenario o se meten en un estudio de grabación y así nos pinta. Y los culpables somos todos aunque ahora intentemos amoratar nuestros pechos a base de golpes. Aquí nadie o casi nadie escapa de la quema. Nos dejamos la garganta o más bien los dedos en el teclado proclamando defender una escena a la que a la hora de la verdad damos la espalda no acudiendo a sus conciertos ni comprando sus discos. Cuando los grandes acaparadores de audiencias busquen el retiro tendremos que evaluar la cara de tontos que se nos queda. ¿Qué haremos con las guitarras si matamos el rock and roll?
Muy buen post Carlos, soy KSAVIE llevo muchos años en la carretera haciendo malabares para mantener activo mi proyecto musical, y si, soy consciente de este penoso declive del que hablas. Cada vez más la gente desprecia todo el trabajo y esfuerzo tanto de salas como de artistas. Supongo que hoy en día se valora más una foto en medio de una multitud que el buen sonido del espectáculo al que se asista. Los mejores conciertos de mi vida los he vivido en una sala, normal, son lugares específicamente diseñados para el directo, donde se deja muy poco margen al azar, y donde el músico vive la cercanía con el público.